Con la presencia de familiares y compañeros de trabajo fue sepultado, al mediodía de ayer, Simón Rafael Vargas Ruiz, de 23 años, el guardia de seguridad de la empresa Laar que murió tras recibir un disparo en el pecho pese a que llevaba puesto un chaleco antibalas.

El ataque se produjo cerca de las 22h00 del miércoles pasado en el puente que une las ciudadelas Kennedy y Urdesa Norte, uno de los 40 puntos considerados críticos por el Municipio, cuando Vargas se encontraba junto a su compañero Jorge Flores Izquierdo, quien fue golpeado por los agresores.

Éricka Fernández mostraba ayer desconsuelo por la pérdida de su cónyuge, quien llevaba cuatro meses laborando en Laar. “Tengo dos niños y tres meses de embarazo, mi esposo era quien mantenía la casa”, expresó la mujer.

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El guardia Jorge Flores relató a la Policía que los asesinos iban en un vehículo Hyundai Tucson negro, sin placas.

Flores indicó que él y su compañero repelieron el ataque, lo que ocasionó un tiroteo en el que Vargas fue impactado en el pecho y murió. Según la autopsia, sufrió lesiones en el corazón y el pulmón.

Marcelo Salgado, gerente regional del Laar, descartó una falla en el chaleco de Vargas, a pesar de que el disparo que recibió atravesó la tela de este equipo y le causó una grave herida en el pecho que le provocó la muerte.

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Salgado explicó que en el 2004 la compañía adquirió chalecos nuevos para que sus vigilantes custodien los 40 puntos críticos en Guayaquil desde el 3 de diciembre de ese año, pero no reveló el nombre de la empresa que los vendió.

“Este caso fue fortuito, el otro guardia (Flores) está bien porque el chaleco lo protegió, pero al otro muchacho le dieron justamente al comienzo de la clavícula, zona que no es protegida por el dispositivo”, señaló el funcionario de Laar.

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Daniel Adler, experto en equipos de seguridad, sostuvo que la calidad de estas prendas en Ecuador y el resto de América Latina no es 100% confiable, debido a su mal diseño que no cumple las normas internacionales.

“Si una persona va a la bahía encuentra locales donde ahí mismo se confeccionan los chalecos y estos no tienen las protecciones que exigen las normas internacionales, además su efecto es disuasivo y no de seguridad”, afirmó.

Adler señaló que hay tres tipos de chalecos, uno que se utiliza en casi toda la ciudad, el cual no tiene el blindaje apropiado sino una fina placa que puede ser traspasada por balas de calibre 22, 38 y 9 milímetros. “El costo de estas prendas es de 15 dólares, los otros dos tipos son más costosos (entre los 250 y 800 dólares), pero no prestan seguridades”, afirmó.

 

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