Antes, hace unos diez años, estábamos más tranquilos con el país. Teníamos problemas, deudas, huelgas y corrupción como hoy. Pero, con todas las dificultades, poníamos más confianza y esperanzas en nuestros gobiernos.

Hasta hace diez años, nuestros presidentes no tenían que hacer maletas para huir del país. Bien o mal hicieron respetar la figura de la presidencia. Bien o mal sus ministros y funcionarios duraban más de tres meses.

Con la caída de Abdalá, la aparente estabilidad empezó a derrumbarse. Y cayeron también nuestra confianza en el país y nuestras ganas de quedarnos. Hoy, investigamos con lupa en las ramas de nuestro árbol genealógico, para ver si nos llega, aunque sea de chanfle, suficiente sangre española, italiana o la que sea que nos permita alcanzar un pasaporte europeo. Hoy, jugamos a la ruleta rusa huyendo en barcos con destinos inciertos. Solo ayer, llenamos los vuelos a Madrid mientras las puertas de Europa estuvieron abiertas. Los sueños del joven bachiller apuntan lejos de nuestras fronteras.

En este país del que todos huyen, sin Corte Suprema, con un Congreso que da pena y un Ejecutivo sin personalidad, buscamos de urgencia un nuevo líder. En un país de bases débiles como el nuestro, los líderes hacen las instituciones. Se busca un líder que fortalezca estas instituciones, o lo que queda de ellas. Un líder con visión a largo plazo. Un líder que enfoque sus esfuerzos en el país del futuro, antes que en las encuestas de popularidad de la semana. ¿Es mucho pedir? Hoy por hoy, parece que sí.

Ninguno de los candidatos y posibles candidatos presidenciales inspiran ese sentido de liderazgo y visión a largo plazo. Ante la amenaza de apagones, vemos los problemas y las pérdidas que una falta de planificación y visión puede causar. Ante el endeudamiento que nos impone un presupuesto que prefiere aflojar el cinturón del Estado antes que ponerlo a adelgazar, vemos cómo desaprovechamos el alto precio del petróleo con una postura clientelista en lugar de una visión de producción y desarrollo. Queremos ese líder visionario con un plan bajo el brazo, no un improvisador. Un líder con la inteligencia y el carisma que nos motive a poner el hombro por el país.

Buscamos de urgencia este nuevo líder. Pero vivimos el dilema del partido político contra el individuo. Nuestra desconfianza total en los partidos nos impide creer que pueda salir de ellos un verdadero líder, que no tenga que responder directamente a los intereses –personales y no ideológicos– de los partidos. Por otro lado, sabemos que un líder independiente por muy bueno que sea, no podrá gobernar sin el apoyo de los partidos políticos. Necesitamos entonces el punto medio: ese líder independiente que sepa gobernar junto pero no revuelto con los partidos.

Mientras tanto, ¿qué podría hacer Palacio? Comportarse como un líder, aunque tenga que fingirlo y gobernar para facilitar el trabajo del próximo presidente. Tomar las decisiones difíciles, que busquen cambios a largo plazo y no los aplausos inmediatos de burócratas y arrimados. Tristemente, hasta ahora, no hemos visto nada de eso.

Se busca un nuevo líder. Si alguien lo conoce que lo presente. Si eres tú, acepta el reto. Falta menos de lo que pensamos para las elecciones, y si no llega el líder que buscamos, ya sabemos quién nos espera agitando sus brazos.