Confieso que tengo envidia de Colombia. En las elecciones pasadas, un político con experiencia, del partido Liberal, no habiendo sido considerado por la cúpula partidista como posible aspirante a la Presidencia, se lanza como independiente, ofreciendo a los colombianos una dura lucha para resolver los problemas de los
que adolece el país del norte.

Uribe ha manejado el país férreamente, dentro de la Constitución, tomando decisiones controvertidas, como aquella de los paramilitares. Pero, todo gobernante tiene que tomar decisiones que considera son apropiadas, aunque no gusten a muchos.

Colombia no es una excepción. Hace tres elecciones, Brasil escogió un cientista social de  izquierda, Cardoso, quien habiendo aprendido las elecciones del fracaso de las economías del bloque socialista, enrumbó al Brasil por el camino de la racionalidad económica para que pueda alcanzar su potencial económico. Todo dentro de un ámbito de respeto al ordenamiento jurídico y con tal propiedad de comportamiento, que resalta frente a sus antecesores cercanos.

Publicidad

Su sucesor, Lula Da Silva, sindicalista a la izquierda de Cardoso, ha mantenido el rumbo económico. La Bolsa de Valores de Sao Paulo no se inmutó con la victoria electoral de Lula.

Hacia el sur, Fujimori triunfó con un discurso populista, pero una vez en el poder lo descartó e introdujo reformas económicas que están comenzando a dar frutos: Perú se perfila con mejores perspectivas que el Ecuador para la próxima década. Pero uno se pregunta hasta qué punto le fue indispensable el  siniestro Montesinos para lograr sus objetivos.

En nuestro país vamos de tumbo en tumbo. Un Presidente, como ya es tradicional desde 10 años atrás, quien asume cuando menos se lo espera y que no
 tiene un solo diputado. Un Gobierno que tiene que dedicarse a esquivar torpedos del Congreso, el que a su vez es un caos, sin ningún partido ni coalición estable que le dé coherencia.

Publicidad

Las poblaciones destruyen bienes públicos para clamar atención a sus reclamos; se desencadenan tormentas en vasos de agua; se tratan escandalosamente temas que requieren tino y discreción; se deshuesan instituciones para satisfacer reclamos perentorios.

Desde hace algún tiempo los presidentes ecuatorianos no pueden ser vistos como pares por otros presidentes, ya que por débiles no pueden comprometer la acción
del país y ni siquiera se sabe si va a estar en funciones la siguiente vez que toque reunirse.

Publicidad

Se aproxima el inicio de una campaña presidencial. Todo apunta a que volverán las ofertas incumplibles; ganar terreno a base de la calumnia. Habrá una docena de candidatos, de los cuales dos calificarán a la segunda vuelta, quizás con menos del 20% cada uno. Quien llegue al poder, desde el primer día tendrá que defenderse de un Congreso cuya única agenda será poner al Ejecutivo a su servicio.

No hay mal que dure cien años y algún día deberá romperse este círculo vicioso. Me pregunto, ¿quién será nuestro Uribe?

Y si se presenta, ¿lo escogerá el pueblo, o preferirá más de lo mismo?