La salida de Mauricio Gándara marca el finalísimo final del forajidismo en el Gobierno. Puede ser que aún quede alguna persona suelta, pero será en un cargo menor, sin importancia y sobre todo sin capacidad para representar –si es que es representable– al movimiento de abril. Para no romper la tradición instaurada por quienes le antecedieron en la salida, sus primeras declaraciones al volver a la vida civil han sido duras y críticas hacia el Presidente. Como si no tuviera suficientes problemas con sus asistentes que se han dedicado a firmar papeles en su nombre, el doctor Palacio debe lidiar incluso con los que se le van. Ya hubo señales de ello cuando el ex ministro de Economía decidió comenzar su acelerada y anticipada campaña y el Presidente debió reemplazarlo con la hasta entonces subsecretaria del renunciante. Era la forma de calmar los ánimos, de decir que todo seguía igual y de mantener el indescifrable mandato de abril.

Pero, aunque las apariencias digan que esta vez ha ocurrido algo similar, los hechos y las palabras demuestran que no todo sigue igual. Al contrario, es casi evidente que el cambio de ministro de Gobierno establece un antes y un después en esta azarosa y débil conducción gubernamental. El discurso presidencial en la posesión del nuevo ministro, inusual en sí mismo, dejó ver que las razones de fondo se encuentran en la relación con el Congreso o, más bien, en la ausencia de relaciones cuidadosamente abonada por el ex ministro. Para nadie pudo pasar inadvertido que Mauricio Gándara no tenía interés alguno en coordinar acciones con el Congreso e hizo lo posible por dinamitar los endebles puentes que pudieron haber existido. Aparentemente, confiado en el rechazo ciudadano a los diputados y en la aprobación pública que tuvo el Presidente en los dos primeros meses, hizo un ejercicio de suma y resta e intentó saltarse al Congreso para llevar adelante algún tipo de reforma política. Seguramente el objetivo era llegar a una asamblea constitucional o constituyente que, de haberse conformado, habría significado dejar al Congreso al margen de todo el proceso de reforma. La desconfianza en los partidos habría sido la explicación de la estrategia del último de los forajidos.

Frente a esto, el presidente Palacio ha dado un giro para señalar el primer trazo de una hoja de ruta que en adelante la recorrerá en compañía de los partidos. El nuevo ministro es un puente hacia ellos y expresa a la vez el reconocimiento de la imposibilidad de encontrar caminos alternativos. Más allá de la voluntad de cambio pedida a gritos en las calles y de los esfuerzos presidenciales por mantenerse en la asepsia absoluta, la dura realidad ha demostrado que las aguas tienden a volver a los cauces de siempre. Tanto el marco constitucional como la estructura del sistema político son las camisas de fuerza que ponen límites a acciones como las que intentó realizar el ex ministro. Será por eso, seguramente, que dicen que la política es el arte de lo posible.