Paralelamente, y quizás por estar en la “era del conocimiento”, proliferan las ofertas de maestrías y estudios de cuarto nivel, como si ello garantizara por sí solo una mejoría.

Es lógico suponer que para Ecuador sería un buen negocio invertir en educación; con el desarrollo intelectual vendrían la eficiencia y una mejoría en nuestra calidad de vida. Ante lo cual cabe la pregunta: ¿están pensando en los intereses del país, quienes tienen la potestad de tomar las grandes decisiones? Los hechos demuestran que no, y no hay visos de mejoría.

Se necesita un sacudón efectivo, toda una revolución educativa, y va a tener que provenir de los ciudadanos preocupados, de los estafados por el sistema, de aquellos que piensen que de haber estudiado en un país con un buen nivel educativo, otra sería su preparación intelectual y posición económica.

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Busquemos modelos exitosos de otros países, aplicables a la realidad del nuestro, o elaboremos uno a la medida de las necesidades del Ecuador. Emulemos iniciativas probadas, como el programa Aprendamos, del Municipio de Guayaquil, para reeducar a los profesores, incentivándolos a recobrar la vocación de ser maestros.

La tarea no es fácil, y los resultados no se verán al día siguiente. Pero de no empezar ya, nos dolerá ver a nuestros hijos y nietos seguir en el atraso y la mediocridad.