Vivimos entre ruidos. Los pescados duermen porque el ruido del mar no les quita el sueño. El silencio de Dios es el silencio de todo lo que no es Dios: por eso, no logramos escucharlo. La verdad del ser amado es la verdad de todo lo que no es el ser amado: por ello muchas veces, no nos entendemos. Estamos más atentos a lo que anhelamos, a lo que deseamos, a lo que nos conmueve.

El secreto del amor estriba en su misterio, mas nos obstinamos en  desarmarlo, intentando comprender sus mecanismos. Lo esencial no es concebir sino percibir. La gloria del beso consiste en buscar el alma, pero nos quedamos en la piel. Después de experimentar cien mil sensaciones, volvemos al punto de partida, nos sentimos solitarios. “Después del sexo, el ser humano es un animal triste”. Los sibaritas de la sensualidad intentan sublimar el mensaje de los cinco sentidos. Una pareja puede agotar las sutilezas de las neuronas sin llegar a la comunión o logra despegar hasta zonas donde los espíritus se mezclan, el placer se convierte en fusión, los corazones se responden. Pensamos que Jesús se anida en el Nuevo Testamento: en realidad lo cruzamos sin reconocerlo en cada ser humano. Creemos que las definiciones se hallan en los diccionarios: le verdad es que nos engañamos coleccionando palabras.

Para amarse, dos seres tienen que pensar juntos (empatía),  respirar juntos (beso),  pedir juntos (oración), compartir la paz (meditación), de repente callar juntos. Si Dios existe, ha de estar en todas partes pero tendrá motivos para no anunciarse, no hablar, no comunicarse. Tenemos que construir nuestros propios valores usando la inteligencia, el sentido común, la bondad, la tolerancia. Podemos equivocarnos en todas las operaciones intelectuales o matemáticas, pero el amor jamás puede ser un error. El odio es perturbación inútil.
Más daño hace a quien odia que a la persona aborrecida. Lo mismo sucede con la envidia.

Después del silencio debemos reaprender a hablar, es decir a escuchar. El mundo está lleno de mensajes que no captamos por estar demasiado atentos a nuestro propio bienestar. Es necesario sufrir si queremos sintonizar a la mayoría de los seres vivientes. Fuera de quienes se bastan a sí mismos o se conforman con satisfacciones materiales, no existen seres absolutamente dichosos. Todo problema de salud, toda decepción amorosa tiene un fin preciso: otorgarnos experiencia, permitirnos compartir. La muerte no es  silencio definitivo sino vuelta al principio. La vida es un círculo: no tiene por qué interrumpirse. Nos prolongamos en los seres que procreamos, somos responsables de  lo que sembramos. Hacemos juntos el mundo de mañana.

Podremos  juzgar  a los demás el día que tengamos conciencia total de nuestras propias imperfecciones. Barrer hacia adentro nuestras inconfesables basuras no constituye solución. Es cuando nadie nos mira que somos  nosotros mismos. Por ello resulta necesaria la existencia de un ser supremo que lo vea todo y nos pueda evaluar sin el mínimo riesgo de equivocarse.