En los espacios rurales, allá donde tiemblan las hojas de los árboles y hay ríos y hay animales y el mundo parece detenido, allá no llegan los políticos; quien siempre llega, claro es, si es que llega, es el maestro rural. El maestro rural sabe que hay muchos niños del campo que no usan zapatos, porque cómo van a tener zapatos si muchas veces no tienen para el cuaderno y el lápiz que les pide el profesor. El maestro rural que, para llegar al recinto en el que da clases, ha tenido que tomar un bus, quizá continuar a lomo de burro y después pasar el río en una canoíta endeble, sabe que se encontrará con un cuadro lamentable, con una escuela que se sostiene entre cuatro palos, a la que nunca visita un supervisor ni nadie se entera de su suerte; con una sola aula multiuso que sirve para todos los grados y sin los implementos básicos para proporcionar ni siquiera la mediocre educación fiscal a la que estamos acostumbrados, con unos niños semiharapientos pero alegres que lo recibirán con un estruendoso coro: buenos días profesor, que hará que tiemble la clase y que se asusten los perros que también asisten echados a ella.

Si el profesor es bueno, si tiene verdadera vocación, hará todo el esfuerzo, pondrá todo su empeño, será un titán en medio de esa selva de niños que lo recordarán y lo amarán para toda la vida por el sello personal que imprimió a sus vidas. Pero si no lo es, será exactamente como algunos políticos que visitan el Congreso de martes a jueves, que cobran sus emolumentos puntualmente sin haber justificado su trabajo; sin, algunos, haber dicho esta boca es mía, sin el menor interés por solucionar los gravísimos problemas que la fe pública ha puesto en sus manos y más bien algunos parecerían interesados en que el país siga convertido en un desmadre, en un garabato de diputados que están a favor de los que están en contra y en contra de los que están a favor, manifestando a cuerpo entero, sin vergüenza, sus incoherencias.

Es lo que salta a la vista al leer algunas de las “razones”, públicas, que argüían para el enjuiciamiento político del ex ministro Mauricio Gándara, que hacen pensar en algunas líneas del Quijote: “la razón de la sinrazón que a mi razón hace, de tal manera mi razón enflaquece...”, y que tenga serias dudas acerca de la cordura de algunos; hasta un niño de escuela, por pequeño e inocente que sea, conoce el papel de la lógica y sabe lo que significa: palo porque bogas, palo porque no bogas.

Ahora que se ha iniciado el año escolar en algunas regiones del país y que hay miles de infantes con graves problemas de desnutrición, que por la extrema pobreza de sus padres ni siquiera pueden optar a una educación básica, y esos otros millares de niños campesinos que en su escuelita rural sufren una deteriorada educación y que ni siquiera sospechan que el Estado les está robando su futuro; ahora es tiempo, nunca es tarde, para pensar en ellos, para trabajar por ellos. Si el Congreso y el Gobierno en lugar de algazaras y escándalos pusieran como meta trabajar en proyectos puntuales a favor de los futuros ciudadanos de la patria; todo, todo, hasta las cotidianas traiciones con sus promesas iniciales, les perdonaríamos...