¿No será algo así lo que le sucede a esta nave del Estado ecuatoriano, del Ecuador entero, que va actualmente a la deriva?

¿A qué se parece la situación del país? ¿Adónde vamos? Si en tiempos de Mahuad se le hubieran formulado estas preguntas, ya sabemos que su respuesta a la primera hubiera sido  la metáfora del Titanic. Y con ello también habría quedado respondida implícitamente la segunda: en el futuro inmediato vamos al desastre, como en efecto sucedió.

Si reformulo las mismas preguntas en relación con la situación actual del país, ¿qué se podría responder? La cuestión me suscita la evocación de aquella hermosa y melancólica poesía titulada Emoción vesperal, del nunca bien ponderado bardo guayaquileño Ernesto Noboa y Caamaño. ¿La recuerdan? “Hay tardes en las que uno desearía/ embarcarse y partir sin rumbo cierto”. Tardes como aquella del último cambio de gobierno, en la que tras defenestrar al de turno y sustituirlo por otro, queda el difuso anhelo de un “cambio” sin rumbo cierto. Cambio que cada región y población, cada estrato y grupo social, casi cada ecuatoriano, entiende a su manera.

El más conspicuo ejemplo de ese entendimiento lo dio entonces el actual Presidente, jefe del Estado y encarnación del Ejecutivo, que esa misma tarde se comprometió al “cambio” radical, extremo e impreciso de refundar la República. Con ese fin encomendó luego a su Vicepresidente que auscultara los lineamientos concretos para tal refundación. Y así se receptaron decenas de miles de diversas versiones del “cambio”, muchas de ellas contrapuestas entre sí. Todo lo cual ha suscitado en mí otra evocación literaria: la de un simpático cuento titulado Anda no sé dónde y busca no sé qué, que leí hace casi sesenta años en la ya desaparecida revista infantil Peneca.

Finalmente para redondear o completar la idea de lo que nos ocurre, recurriré a otro símil literario y marinero. Evocaré ahora el Romance de mi destino, de mi tío Abel Romeo, que habla del “buque fantasma/ que no puede anclar en puerto”. Fatal destino no atribuible solo al circunstancial timonel que lo comanda, sino a una condición algo misteriosa de la propia nave y de su tripulación. ¿No será algo así lo que le sucede a esta nave del Estado ecuatoriano, del Ecuador entero, que va actualmente a la deriva?

Sea lo que fuese, pienso sin embargo que es posible darle un rumbo cierto a nuestro país y mantenerlo en él, denodadamente, hasta que llegue a buen puerto. Para ello ciertamente necesitamos un cambio, pero no epidérmico o aparente sino profundo y cabal. No solo ni principalmente un cambio de gobierno, como los tantos, tan irreflexivos, continuos y fáciles a los que nos hemos acostumbrado, en las urnas o en las calles. Sino que es el pueblo el que debe madurar y cambiar.
Propiciar semejante cambio es la ingente tarea que corresponde a los auténticos líderes, capaces de señalar la ruta del bien común fundados en la verdad, por encima de los halagos y voluntarismos propios de la demagogia.