El cambio climático, tema candente de la humanidad en estos últimos años, generó el Protocolo de Kioto, único tratado internacional para reducir la emisión de gases a efecto invernadero a la atmósfera. Posterior a su ratificación por Rusia, se realizó un primer encuentro sobre este fenómeno en Buenos Aires en 2004, reuniendo a ministros de 189 naciones pero, hasta hoy, es mucho mayor el número de países afectados por desastres naturales que piden compensaciones en vez de desplegar esfuerzos para reducir los gases contaminantes.

Desde hace largo tiempo la comunidad científica reitera que los ecosistemas como forestas, manglares, humedales y zonas húmedas en general, actúan como esponjas naturales, absorbiendo el exceso de agua y sirviendo de barrera contra fenómenos hidrológicos y asimismo, ha venido advirtiendo una catástrofe sin nombre para la zona de NuevaOrleans, pero es muy poca la atención que se le ha prestado. El mundo se pregunta por qué se autorizó a compañías constructoras a drenar extensas zonas de pantanos en vez de robustecer los diques de contención. ¿Por qué este descuido en el país más poderoso del mundo?

En el pasado se han producido cambios climáticos por causas naturales pero el actual, con aumento de la temperatura media mundial de 0,6°C desde 1860 y aumento del nivel mundial medio del mar entre 10 y 20 cm se atribuye, en su mayor parte, a actividades humanas que incrementan los gases a efecto invernadero como dióxido de carbono, metano y óxido nitroso. En definitiva, ningún país se escapa hoy a una catástrofe natural.

Es innegable la influencia del cambio climático sobre la intensidad y frecuencia de los fenómenos como sequías, ciclones, tsunamis, inundaciones. Lo prueba el huracán Katrina, una de las peores catástrofes naturales y de repercusiones considerables que han afectado a Estados Unidos. “El hecho de que los fenómenos naturales serán cada vez mayores y más frecuentes debido al recalentamiento del planeta, afectarán a un número mayor de gente en el mundo. Creo que esta realidad hará cambiar progresivamente la política económica de países como China y Estados Unidos, los mayores emisores de gases a efecto invernadero”, señaló a nuestro diario Sálvano Briceño, director de Estrategia Internacional para la Reducción de Desastres de Naciones Unidas.

Pero la realidad es que el sistema económico de algunos países refleja los intereses de los consumidores que desean todo lo que ofrece la industria actual para hacer la vida más cómoda pero que, al mismo tiempo, emite gases a la atmósfera. No podemos, entonces, pretender que los gobiernos cambien de política si los ciudadanos no cambiamos de actitud, siendo menos consumidores de energía fósil. Habría que empezar por un cambio de comportamiento y una campaña de concienciación y educación y adoptar una cultura de prevención, dándole prioridad al consumo de energías renovables como la energía solar, eólica, geotermia y otras. En los últimos años, los países europeos se han adaptado al transporte público a fin de dar menor uso a sus propios carros, mostrando así una actitud menos consumista y más responsable hacia el medio ambiente. Todo es posible si hubiese un deseo real de cambiar, pues si no se toman iniciativas urgentes, ¿cuántas generaciones quedarán para contarlo?