La tragedia de Nueva Orleans nos interpela a todos. ¿Cómo la potencia más grande del planeta, el imperio unipolar, que se permite invadir y hacer guerras para instaurar lo que él entiende por democracia como si fuera la policía del mundo, fue incapaz de hacer frente a una catástrofe anunciada en varios de los estados que lo componen, mientras su presidente, casi nuestro presidente…,  se tomaba unas vacaciones anclado a su querida bicicleta?

Michel Parenti en un artículo citado por ALAI (Agencia Latinoamericana de Información), sostiene que el libre mercado desempeñó un papel devastador en la destrucción de Nueva Orleans y la muerte de miles de sus habitantes. Cuando se solicitó evacuar la ciudad, que iba a ser azotada por un huracán de fuerza 5, en una catástrofe anunciada que había disparado los precios del petróleo, se esperó que cada cual huyera como pudiera. Mucha gente se negó a hacerlo, no por terca sino porque no tenía a dónde ir, ni medios para desplazarse, con poco dinero en efectivo, no le quedó más que confiar en su suerte. Muchos de ellos eran afroamericanos de bajos ingresos y un número menor eran blancos pobres, que subsisten con salarios bajos en un país con precios altos, muchos impuestos y alquileres por las nubes. ¿Qué hicieron las autoridades? Pusieron en juego el libre mercado. Allí no se produjo ninguna evacuación como ocurrió en Cuba, cuando un huracán de alcance especialmente grande golpeó esa isla el año pasado. El gobierno de Castro, apoyado por los comités ciudadanos de vecinos evacuó a 1,3 millones de personas, más del 10% de la población del país, sin la pérdida de una sola vida; una hazaña alentadora que pasó prácticamente inadvertida en la prensa estadounidense y en el resto de América Latina.

El libre mercado incidió también de otra forma. La agenda de Bush es achicar los servicios estatales al mínimo. Entonces recortó $ 71,2 millones del presupuesto del Cuerpo de Ingenieros, una reducción del 44%. Y se archivaron los planes para fortificar los diques de la ciudad que está por debajo del nivel del mar. Se permitió que los constructores drenen áreas extensas de pantano que servían como barreras naturales. Ellos sostenían que eliminar los pantanos beneficiaba a todos.

En cuanto a la operación de rescate, las autoridades estuvieron más interesadas en prevenir el saqueo y en cuidar la propiedad “privada” que en ayudar a la gente. Nada es privado cuando está de por medio la supervivencia de las personas azotadas por el hambre.

Pero no solo en Nueva Orleans se produjeron huracanes. En Uruguay, vientos huracanados de 160 km por hora que alcanzaron rachas de 190 km/h durante intervalos repetidos de 15 minutos la noche del 24 de agosto dejaron a la ciudad de Montevideo y toda la costa oceánica sin luz ni agua, casas sin techo, con restos de marquesinas, techos y cristales, buses partidos por la mitad y árboles caídos por doquier, diez personas muertas, y un país pequeño devastado. Allí no se pudo predecir, no había la técnica para ello, pero tampoco se ha informado de la catástrofe. Montevideo semejaba una ciudad bombardeada. Un equipo de Naciones Unidas sigue de cerca la secuela del peor desastre natural en la historia reciente de Uruguay.

¿Nos hemos enterado de ello? ¿La noticia ha ocupado páginas de periódicos? Qué lejos está el sur del Sur… ¿Se han movilizado recursos para hacer frente a un paisito devastado? La necesidad de contar con medios de comunicación que nos informen de lo que pasa en este sur del que hacemos parte parece cada vez más necesaria. Porque nada de lo humano debe sernos ajeno. Menos de los ignorados por un sistema buitre que se alimenta de la vida de los expulsados de sus mercados, única realidad aparentemente importante y a quienes sin embargo necesita para utilizar su mano de obra barata, sus productos,  su agua y sus riquezas, desechándolos luego como quien bota algo inservible.