La obra emblemática de Miguel de Cervantes celebra 400 años de publicación

Don Quijote de la  Mancha es una obra literaria que irrumpe en la modernidad renacentista desde las múltiples voces que infringen el discurso unívoco medieval para proponer la validez de lo imaginario. El personaje principal, este caballero andante que es Don Quijote, proyecta una visión aparentemente enajenada de la realidad en la que pierden sustento las verdades absolutas y las racionalidades objetivas para dar paso a los sueños, los afectos y a nuevas gestas que, paradójicamente, rescatan valores, consagran hazañas y restituyen en un conjunto de aventuras con nuevo valor simbólico, lo que ardió en la quema de los libros de caballería.

El nacimiento de esta obra reafirma la institucionalización de la lengua española que, además, se encuentra en proceso de expansión durante esa misma época, en el amplio espacio de un nuevo mundo hispanoparlante; y consagra, a la vez, la identidad de la novela como composición narrativa máxima, desde su discurso plural de voces mediante el cual se inaugura la propuesta de las múltiples lecturas.

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En esta novela de reconocimiento universal y vigencia permanente cuenta el narrador, cuenta Don Quijote personaje, lo hace desde su visión pragmática el escudero Sancho y en la estructuración de la línea narrativa de esos discursos se van abriendo paréntesis para dar paso a otras historias que constituyen la presencia de nuevas voces narrativas. En definitiva, en El Quijote, “se dice” desde todas partes (puntos de vista) y desde múltiples contextos y cruces culturales.

Pero, ¿por qué la obra no pierde vigencia? Quizá, en parte, porque esas “voces de la novela” permiten flexibilizar la recepción para que cada lector –no importa cuándo ni dónde– se incorpore a la cabalgata caballeresca de esos dos compañeros de ruta, Don Quijote y Sancho, que lo invitan a la coautoría y a la aventura como nuevo personaje.