Una selección de sus publicaciones de poesía es lo que Fernando Cazón Vera compiló en su reciente antología, en la cual la ironía y la parábola son denominadores comunes.

Fernando Cazón Vera es el cuarto poeta incluido en la colección Poesía Junta de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Como los anteriores, este volumen es también un vasto recorrido por la creación de Cazón desde sus Canciones salvadas (1957), nerudianas a momentos, pero reveladoras de lo que sería una poesía de todos los motivos, allí donde cualquier instante le referiría a Cazón Vera a los juegos del lenguaje:

“Huyó desde sus piernas para adentro
Regresó de los ojos para afuera
Quiso volver al fin, pero se iba
Quiso exiliarse pero se quedaba.

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Estaba siempre donde nunca estaba
Era y no era, lo mojaba el fuego
Lo quemaban las lluvias torrenciales
Alas de viejos pájaros lo anclaron”.

Nació en Quito en 1935 pero desarrolló la mayor parte de su vida y su carrera literaria en Guayaquil.
Sus libros mayores: Las canciones salvadas (1957), El enviado (1958), La guitarra rota (1967), La misa (1967), El extraño (1968), Poemas comprometidos (1972), El hijo pródigo (1977), El libro de las paradojas –Premio Nacional de Poesía Universidad Central del Ecuador– (1977), Rompecabezas (1986), Cuando el río suena (1996), Este pequeño mundo (1996), Este amor también llamado muerte (2000).

Tanto Neruda como César Vallejo serán, para la poesía de Cazón Vera, más que una influencia, la asimilación consciente de la profunda transformación, que sobre todo, el segundo, imprime en la lírica latinoamericana, a partir de las transgresiones de sentido que dotarán al verso de un extraño dramatismo. 

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El giro inesperado que subraya la fuerza y el dolor del instante:
“Afuera de nosotros alguien ronda
sin atreverse al hueso todavía”.

“Alguien está sin fecha, sin bautizo,
sin el pecado original, antiguo”.

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“A la diestra del vino, con el último sorbo
lo velamos en paz, en el más lento estrago”.

“Duro ha sido vivir de tantos lunes”.

“El que no tiene un nombre que ponerse,
un hueso que roer.
El que anda
prestando sed para tomar sus aguas,
pidiendo un ojo en que llorar su llanto,
mendigando su pan con otras hambres”.

Cazón Vera aborda la poesía intentando constantemente una mirada crítica que se resuelve en insólitas confrontaciones de imágenes o ironía de las formas del verso, muchas veces incorporando en la transgresión, referencias literarias o grandes temas, “una apasionada y lúcida insistencia en los grandes temas”, sostiene Hernán Rodríguez Castello.

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La poesía es para él un ejercicio en el que las palabras juegan y ponen en remojo sus propios significados, en un espacio libre, libérrimo. Ironía, sarcasmo, extrañeza. “La poesía –escribe el propio Cazón– trepa por los muros. Recoge hojas caídas. Da de beber al sediento, de comer al hambriento. Camina por las aguas. Se cuelga de la lluvia. Baja de los ocasos”. Y también “a veces habla con un lenguaje que ni ella misma entiende…”.

Con el paso de los libros, su creación poética se desprende de aquellas confrontaciones en cada verso, para volverse en relato. En la madurez, el poeta narra, hasta desembocar en los poemas en prosa de Actos y palabras:

Y mientras los poemas largos narran, los cortos son apenas imágenes punzantes, parábolas:
“Se miró en un retrato
Y pensó:
Este espejo me miente.
Se miró en un espejo
Y gritó:
Este retrato es falso.
Fue a mirarse en el río.
Y se ahogó,
realmente”.

Cazón Vera se destaca en su generación por esa visión hacia todos los costados que le permite construir una obra unitaria con motivos tan diversos, desde un refrán popular que trastoca hasta una religiosidad que aparece y desaparece, se afirma y se niega.

TEXTO: Javier Ponce
FOTO: Angel Aguirre