Hoy recoge el evangelio de la misa una promesa que a mí me sabe a miel: “Yo también les aseguro –nos dice Jesucristo– que si dos de ustedes se ponen de acuerdo en pedir algo, sea lo que fuere, mi Padre celestial se lo concederá”.

Desde luego el “sea lo que fuere” no ha de ser interpretado equivocadamente; el “sea lo que fuere” se refiere, claro está, a cosas buenas para Dios y para quien las pide. Dios no puede conceder lo que nos hace malos.

Aclarada esta cuestión, podemos afirmar que Dios nos da un poder en cierto modo ilimitado.

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Solo exige para darlo tres sencillos requisitos: que lo pidan por lo menos dos personas; que las dos estén de acuerdo en implorar la misma gracia; y que la pidan de hecho.

Encontrar las dos personas requeridas no es asunto complicado: podemos ser usted y yo. Y llegar a estar de acuerdo tampoco me parece trabajoso: es cuestión de que encontremos algo bueno que los dos consideremos digno de pedirse.
Ayúdeme a elegirlo. ¿Pedimos algo personal, algo solo bueno para usted y para mí, o pedimos algo bueno para los demás?

La oración para uno mismo es algo bueno. Es la oración más sencilla y espontánea. Es la propia de los niños y los indigentes. Con ella damos gloria a Dios al demostrar nuestra pobreza. Con ella “retornamos” al Señor.

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Mas, la oración de intercesión –la que se extiende a las necesidades de los otros– nos conforma más con la oración de Jesucristo. Al no buscar con ella nuestros intereses sino los de los demás, participamos en la intercesión de Cristo y del Espíritu Santo. Y puede ser una oración que alcance a todo el mundo. Incluso a los que están haciendo el mal.

Además, a esta oración de intercesión, a la oración que busca el bien de los demás, se le aplica lo advertido por Jesús sobre las obras de misericordia: que las recibe como si hubieran sido hechas a su Divina Persona.

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Por eso le propongo que elijamos este modo de oración; que usted y yo, para alcanzar de Dios la concesión de algo muy bueno, comencemos por estar de acuerdo en acudir a la oración de intercesión.

Mas, queda todavía otra cuestión: ¿qué vamos a pedir para la humanidad?, ¿qué bien hará que usted y yo lleguemos a un acuerdo sin dificultad alguna?

Dios mediante el jueves, el 8 del presente mes, la Iglesia conmemorará la Natividad de la Santísima Virgen María. Es decir, su nacimiento. Como usted y yo sabemos que el amor a la Madre de Dios y Madre nuestra es la más segura senda para llegar a Jesús, le propongo que pidamos juntos este bien universal: que honremos a la Virgen como se merece.