Quizás el obstáculo más grave que tienen países como el nuestro, para plasmar un proyecto nacional es, precisamente, la ausencia de un liderazgo en el sentido notable de la palabra.

El diario The New York Times en su editorial titulado ‘Esperando por un líder’, publicado el pasado jueves, lanzaba una de las críticas más duras que se le han realizado al Presidente estadounidense, especialmente ante su lenta reacción frente a los destrozos causados por el huracán Katrina. El editorial señalaba que la respuesta de Bush en los últimos días, ha sido una de las más vergonzosas de su vida política, considerando el nivel de dolor y estupor que aflige a la sociedad estadounidense.

El influyente diario va más allá, al insinuar que el presidente Bush, en lo que es un ritual de su administración, apareció un día más tarde de cuando se lo requería, en directa alusión a la culposa parsimonia con la que Bush responde a determinados hechos, con excepción de la fogosa respuesta que originan aquellos relacionados con la absurda guerra en Iraq. De forma clara, se puede constatar cómo la magnitud de la tragedia causada por el huracán desborda las limitaciones propias del Presidente estadounidense y demuestra la ausencia de liderazgo en el poder, lo que motiva al New York Times a reflexionar respecto de la espera de un verdadero líder.

Resulta sugestivo que la discusión respecto de la importancia del liderazgo como elemento clave para guiar a una nación en momentos de crisis, se lo plantee nada menos que en Estados Unidos, el Estado más poderoso del planeta; de hecho, hay quienes piensan que una democracia tan sólida como la del país norteamericano, puede subsistir aún prescindiendo de un liderazgo notable y efectivo. Esa tesis, la de sociedades tan cohesionadas que pueden coexistir y mantenerse sin un verdadero líder, es ciertamente discutible aun para los países del primer mundo y totalmente inaplicable en aquellos estados, en los cuales la falta de liderazgo se ha convertido en un problema tan grave como la debilidad institucional.

Hago referencia a aquello, porque quizás el obstáculo más grave que tienen países como el nuestro, para plasmar un proyecto nacional es, precisamente, la ausencia de un liderazgo en el sentido notable de la palabra. Sin ese liderazgo, todas las intenciones positivas, que de hecho pueden existir, quedan relegadas ante la impotencia que significa gobernar en un país tan fragmentado como el Ecuador; aún más, me atrevo a señalar que parte de la dispersión política que sufre el país, se debe a que desde hace varias décadas el Ecuador ha tenido muchos presidentes, muy pocos estadistas y quizás ningún verdadero líder. Que los estadounidenses se quejen de lo mismo, no es ningún consuelo, pero al menos parece que no estamos tan solos en el laberinto de la mediocridad.