A que lo recuerde la historia como uno más que no entendió que el poder debe estar al servicio de la afirmación de la dignidad humana.

A seguir perdiendo el tiempo y dinero en visitas a destacamentos militares, ofreciendo discursos que pocos escuchan y menos entienden y a desperdiciar la oportunidad de verdaderamente obrar para iniciar la solución a la descomposición que vivimos. La vida no le brindará una segunda oportunidad.

A continuar secuestrado por la política e ideologías de siempre que le impiden obrar y pensar por su cuenta y situar a los ciudadanos como centro de su actuación.

A continuar rodeado de algunos asesores que en realidad parecen comisionistas.
¿Cuáles son los aportes que le han hecho a su gobierno y al país? ¿Podemos conocer el contenido del aporte de cada uno de ellos? ¿Se atreve a publicarlos en la página web de la Presidencia?

A continuar apagando incendios en lugar de propiciar la gran reforma que el Ecuador requiere. Basta leer la mayor parte de sus decretos para conocer cómo se pierde el tiempo en asuntos insignificantes. ¿Hace cuánto no dicta un decreto que cambie verdaderamente en algo la triste historia de este país?

A continuar dilapidando dinero en viajes. Deje que los embajadores cumplan a cabalidad su papel. El tiempo que así pierde no le permite gobernar entendiendo el dinamismo de la sociedad y estructurando a partir del pluralismo un escenario auténticamente democrático.

A continuar gobernando con las mismas e inalteradas estructuras caducas y perversas del Estado centralizado. A la tentación de concebir el poder como un reconocimiento de la vida a sus virtudes. El poder debe convertirlo en el más humilde de los hombres. Solo allí encontrará su grandeza. A continuar permitiendo persecuciones políticas, sin reconocer a la libertad, junto con la vida, como el más preciado de los derechos fundamentales, solo para satisfacer viejas venganzas.

A continuar permitiendo que la corrupción que nos agobia, a vista y paciencia del país entero, termine por carcomer la escasa esperanza que aún queda en nuestros hijos.

A continuar ofreciendo al país un gobierno de sainete, contradicciones y nimiedades. A continuar echándole la culpa de los males al pasado. Piense en el presente y en el futuro.

A no comprender que la voluntad general y única de la que hablaba Rousseau no es más que un mito fundacional de los estados democráticos. Los soberanos reales, depositarios de la soberanía, son cada uno de los individuos.

A concebir el poder como un privilegio que se justifica para buscar la satisfacción de los intereses de unos pocos. La falta de renuncia a estos males provoca un enorme desgaste en quienes ejercen el poder y la pérdida de confianza de los ciudadanos en la democracia.

Aún no es tarde para que renuncie.

* Catedrático de Derecho Administrativo.