El país está –o debiera estar– cansado de noticias y comentarios negativos que, para decir verdad, no son gratuitos sino que se producen porque todos los días hay sorpresas desagradables en la administración pública que, por el bien de todos, debieran terminar.

Es hora de proponer, y así lo hago, a la ciudadanía en general y en especial a quienes se dedican a la actividad política, una tregua para trabajar por el país sin que eso signifique archivar los afanes y colores individuales, pues si no bregamos unidos para sacarlo adelante con prescindencia de banderías o sectarismos, nunca saldremos del lugar en que estamos sumergidos.

El Ecuador es un enfermo terminal que requiere urgentemente una revolución ética que avance aparejada a una reactivación productiva, primero para que haya más transparencia en todas las acciones del Estado, y segundo para que la función empresarial mejore creando más riqueza y empleos.

El presidente Palacio todavía está a tiempo para tomar (no digo retomar) la conducción del país a pesar de que ha perdido un lapso precioso para ejercer de líder y trazar rutas con su humanidad a la cabeza, pues siendo el suyo un corto mandato y estando tan próximas las elecciones generales, hubiera podido hacer, con más facilidad, lo que otros no hicieron sin necesidad de pactos congresuales escondidos y sin entregarse a ninguno de los grupos hegemónicos partidistas que han venido siendo tales desde hace varias décadas.

La agenda presidencial para los 16 meses que faltan del mandato concedido por el pueblo, debería concretarse a no más de cinco puntos básicos, entre los cuales tendrían que incluirse aquellos que menciono antes, es decir una amplia concertación ciudadana para salir del subdesarrollo político y económico con una mentalidad nueva, como lo hicieron, en su momento, España y Chile, así como el diseño y configuración de una política de Estado que implique un compromiso obligatorio para los gobiernos futuros, encaminada a lograr una efectiva y verdadera reactivación productiva con crédito fácil pero, al mismo tiempo, con las seguridades suficientes para que se obtenga su puntual retorno, a fin de no caer en los vicios que siempre ha tenido el Banco de Fomento, con los créditos irrecuperables de muchos vivarachos disfrazados de agricultores que se aprovecharon de la ingenuidad –a veces real y otras veces fingida– de los gobiernos respectivos.

En suma, y ante lo que estamos viendo todos los días, vale decir ante una grave situación en constante deterioro, urge hacer una reflexión de conciencia para decir que –por acción o por omisión– todos somos responsables de todo porque no hemos sabido actuar, con responsabilidad y firmeza pero dentro del marco democrático, con la celeridad, con la sensatez y el buen juicio que las circunstancias exigen. Y el orden lógico dispone que primero hay que ganar la guerra al desorden y a la corrupción para luego hacer la revolución que abierta o calladamente demandamos.