La economía no depende de que los ciudadanos sean buenos o malos como en los westerns norteamericanos, sino de cuáles son los incentivos más adecuados para que las personas actúen de la manera más eficiente (y correcta) para alcanzar sus intereses, que terminan siendo los intereses colectivos. Es que generalmente la gente actúa de la manera más correcta posible, pero siendo los seres humanos imperfectos también buscando aprovechar las oportunidades (muchas legales pero no necesariamente correctas) que el entorno ofrece. Así es, los intereses particulares generan beneficios colectivos, no solo porque se alcanzan resultados económicamente mejores, sino porque funcionan de mejor manera la solidaridad (estamos naturalmente empujados a corregir las injusticias) y la ética (porque en un entorno no distorsionado hay menos oportunidades de aprovecharse de actividades legales pero incorrectas). Nos resistimos a aceptar estos principios porque las intervenciones del Estado (que en sí mismas tampoco son buenas ni malas, sino que se prestan a las manipulaciones de los que tienen el poder) han modificado nuestra visión, creemos que el Estado tiene que intervenir para corregir las acciones de los individuos y generar mayor justicia. Pero esas intervenciones (casi siempre interesadas) generan exactamente lo contrario, y en lugar de criticar esas intervenciones, vilipendiamos a los ciudadanos libres que son las víctimas, manipulados y coartados (porque al criticar al mercado, criticamos la interacción libre entre esos ciudadanos). Claro que esas críticas no son gratuitas, es la manera como los interesados en seguir viviendo del Estado actúan para distorsionar nuestras mentes… ¡Y lo han logrado!

Usted me dirá que estoy equivocado y me planteará ejemplos contundentes. El caso de la quiebra bancaria donde algunos banqueros (por favor, solo algunos banqueros, no todos) “en un sistema de libertad” estafaron a los demás. Pero ahí está nuestra confusión: la crisis bancaria no se dio en un  marco de libertad, sino de un sistema regulado y limitado por el Estado del cual se aprovecharon algunos para hacer sus fortunas. No había libertad de competencia, no había libertad para que los malos salgan del mercado, lo único seguro era que el Estado intervendría para salvar a los deficientes o estafadores... ¡Y se aprovecharon!

La sucretización de la deuda externa en la que se tejieron fortunas, gracias a la potestad del Estado de salvar a los que tienen capacidad de presionar aduciendo “necesidades sociales”. Esa es la gran expresión: esas necesidades justifican todo tipo de presiones. Huelgas para exigir mejores sueldos. Paros regionales para captar más aportes estatales. Poca eficiencia y quemeimportismo en las oficinas públicas, no porque las personas sean malas, sino porque no hay incentivos adecuados. Gente que no paga sus deudas porque las instituciones crediticias estatales fueron creadas con ese objetivo: aceptar cualquier pretexto para no cobrarlas, o simplemente deudas que fueron específicamente otorgadas a los amigos de los amigos. Grandes empresas estatales donde no hay ni propiedad ni dirección y que se tornan rehenes de los únicos que están siempre presentes y organizados: los sindicatos.

Incentivos es la palabra mágica.