La noche se fue alargando. Una descarga musical irrumpió en el cantón Nobol, aquel de calles empolvadas, fritada y cervezas. La fiesta arrancó un sábado; terminó el domingo.

Y se vino entera. Se vino con baile, canto y parranda.  En síntesis: se vino con la orquesta Falconí Junior, la de “Chispazos”, como se la identifica.

Eran las 22h00 cuando aparecieron sus 17 integrantes en la tarima del polideportivo Narcisa de Jesús.

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 “En la ciudad no se dan cuenta de lo que se están perdiendo”, reflexiona Gino Falconí, quien fundó el grupo hace más de 50 años. 

Así ratifica la situación que ha marcado el compás de  las orquestas en el último tiempo: perdieron mercado en las grandes urbes. 

Pero el ritmo no se pierde. En un viejo bus del año 78, la banda se traslada por el país, usualmente a pequeños cantones.

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Nómadas musicales
Son “diez o quince” salidas al mes, si la temporada es buena. Daule, Milagro, Zapotillo y Portoviejo se niegan a perder la tradición. Según Gino Falconí, Manabí, Los Ríos, El Oro y Loja son las poblaciones que más los solicitan. 

“En Guayaquil se encontraba en cada esquina a una orquesta”, aseguran los músicos. Coinciden en que los discjockeys -por un promedio de $ 100- desplazaron a las grandes bandas.  No solo eso. “Antes de la regeneración se podían hacer grandes agasajos en las calles, ahora es  restringido porque se dañan”, recuerda Elías Guapisaca antes de apostarse frente a sus timbales. “Pero cuando vino  el loco Bucaram  volvimos, no hubo quién nos saque”.

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De hecho, en la avenida Nueve de Octubre, desde Lorenzo de Garaycoa hasta el Malecón, antes todo era rumba. “En cada esquina había una banda”, dice Alfonso Falconí, un vocalista. “Ahora las fiestas de los pueblos nos dan más trabajo”.

Y allí se encuentra de todo.  Borrachera y bala, líos por ‘cachos’, vacile y bullicio. “Es que la gente, con tragos en el ‘mate’, ya no sabe cómo reacciona”, afirma Guapisaca. Continúa. “Esas fiestas parecen olimpiadas, se van de largo”.   

Pero en las ‘olimpiadas’ también hay de lo otro: familias enteras que acuden a lo que suele pintarse como un gran  acontecimiento. El polideportivo se llenó de a poco.
Cincuenta  centavos la silla plástica y un dólar la ‘biela’.   

Hablar de Falconí Junior es remitirse al género tropical.
“Es lo que la gente prefiere”, comentan sus integrantes.
Con 20 años de edad, Luis Fernando Falconí mantiene la tradición familiar frente al micrófono.

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La música en vivo tiene su precio. Falconí Junior cobra entre $ 1.500 y $ 2.000 por contrato. Pero de las ‘tocadas’ no se puede vivir como antes.

Cada integrante tiene diferentes oficios, ajenos al quehacer artístico. Falconí Junior es de las pocas orquestas que aún logran sobrevivir a la tecnología.