A los ortodoxos de distinto tipo, se les eriza la piel cuando presienten que un cambio de punto de vista puede quebrar el “encantamiento” que ejercen sobre una sociedad. Rápidamente acuden a dos tipos de reacciones: se convierten en hechiceros, predicando la proximidad del desastre que provocarán los experimentos audaces; o ponen en movimiento todos sus resortes y palancas para que los noveleros sean marginados y sus novelerías sean vistas como modificaciones superfluas,  cosméticas, alejadas de la realidad.

Y ha ocurrido en el país de los dos últimos años que algunas “novelerías” han quebrado la calma de los sepulcros, ese silencio en el que medran los privilegios.

Primero ocurrió cuando Wilma Salgado, una risueña mujer que no pertenecía al redil del poder, comenzó a publicar la lista de quienes, con sus deudas disfrazadas y sacralizadas, estaban detrás de la crisis bancaria de 1998. De inmediato, los ortodoxos pusieron el grito en el cielo y expurgaron las listas para encontrar los supuestos errores de las publicaciones. Pasó el tiempo, consiguieron expulsar de la AGD a Wilma Salgado, pero ese cambio de punto de vista modificó definitivamente la percepción de la ciudadanía sobre cómo se venía tratando el tema de las quiebras bancarias. Después del paso de Salgado, la AGD y la crisis financiera ya no son las mismas.

Otro tanto ocurrió con Rafael Correa. Los ortodoxos pusieron el grito en el cielo, consiguieron la salida del ministro, pero su efecto, el que miráramos no solo al norte sino también al sur, no solo al FMI sino también a nuestros vecinos, y pusiéramos las políticas sociales a la cabeza, aunque los ortodoxos se acuerden ahora, tardíamente, lo defectuosas que son nuestras políticas sociales, no pudo ser borrado.

Por más allá de los éxitos pragmáticos de una política está el beneficio que acarrea el poder mirar en otra dirección, hacia otro horizonte.

En las políticas educativas ya está pasando algo que, para los ortodoxos, son veleidades de la actual ministra. Ellos preferirían una “reforma profunda y estructural de la educación ecuatoriana” y lo preferirían precisamente porque saben que no va a ocurrir, mientras no miremos hacia otro lado, no cambiemos de punto de vista.

Y una medida tan inofensiva como prohibir que los maestros manden deberes para la casa a sus alumnos, es una forma de comenzar a mirar la educación desde otra perspectiva. Es una forma de entender el aula como el espacio educativo autosuficiente y el hogar como otro espacio distinto, donde el niño vive otra experiencia, otra vivencia (aparte de que muchos padres de familia estamos cansados del facilismo de los maestros que prefieren que en la casa solucionemos lo que ellos no han logrado hacer en el aula... hablan eufemísticamente de un “refuerzo”).

Al país le hace falta renovar sus miradas. Ha perdido toda esperanza y toda ilusión, mirando obtusamente, siempre en el mismo sentido, con las mismas fórmulas, con los mismos eufemismos, con la misma ortodoxia. Allí reside el valor del gesto de la Ministra de Educación: intentar renovar la educación desde la cotidianidad y no desde las arrogantes y complejas propuestas de cambios de estructuras; lo que no significa negar que la educación ecuatoriana necesita caminar a su transformación, pero desde lo más cercano, lo más cotidiano.