La euforia y ruidosa invitación dirigida a escoger “al mejor ecuatoriano de todos los tiempos”, como que se aleja, sin doble intención, de gentes que son parte diaria y esforzada del país, que ayudan a conformarlo sin pomposidad, si se quiere, y esto por décadas y décadas y por diversos caminos.

Pueden considerarlas de “bajo perfil”, lo que no nos importa ni nos interesa, la cuestión es que siempre han cumplido con su deber con decoro y modestia, igual hoy, que es decir con su tierra, que es decir con sus hermanos ecuatorianos. Algunas de sus figuras, a nosotros periodistas de casi un siglo, se nos han instalado en la memoria, pues conocemos de su denodado quehacer, de su constancia a toda prueba.

A los títeres les insufló más encanto y vida, mientras los subía al tinglado, Ana von Buchwald. Cientos de historias buenas con las que hizo agrandar los ojos y el corazón a los niños; humanos muñecos, compañeros inseparables de la titiritera y pintora Ana von Buchwald, y de su público infantil, al que regala con asombrosas visiones.

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Carmen Rivas cantó tangos y tangos, los de la guardia vieja, que no envejecen, dolientes y dolorosos, a miles de hombres y mujeres, que los recibieron con un amor que es más que amor, como debe ser; que los oían y sus vidas, al fin, cruzaban por dentro. Manzi clamó en una de sus letras: “Dónde estaba Dios cuando te fuiste”.

“Bailarina, oh tú, transposición de todo”, les repite Esperanza Cruz a sus alumnas. Ella, que bailó, ha luchado por plasmar la danza en cada una, no admite medias tintas, sin olvidar un momento eso de que “el temblor del corazón de la bailarina ha de armonizar desde la punta de sus zapatos hasta el abrir y cerrar de sus pestañas”.

La música y la poesía arrastraron a Francia Sánchez, desde cuando de estudiantes, hacíamos teatro. Luego contribuyó decisivamente al adelanto cultural de toda la región de la Península: conferencias, exposiciones, recitales, con prolongación a Guayaquil y viajes al exterior. De sus apasionados poemas extraemos esta estrofa: “Tal vez no sea muy tarde, en el inquieto arcano / puede llegar la muerte a cruzar el umbral”.

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Ella es una voz, para cantar y decir, ella es amante de las artes. Margarita Roca ha caminado junto en la valiosa obra de la Sociedad Femenina de Cultura, a sus presentaciones y espectáculos artísticos, a la serie de puertas que abre esa institución a las expresiones de la creatividad: ballet, plástica, teatro, títeres, coros. Sin mucho aparecer, jamás ella se ha separado de lo hermoso de la vida.

A Eudoxia Estrella la vimos en el Salón Bolivariano de Pinturas, Salón Rebelde, tímida y lúcida, era tal vez una de las primeras representantes de la actual plástica cuencana; trabajadora del arte avanzó y más adelante estuvo entre los dirigentes de la Bienal Internacional de Pintura de Cuenca, el notable certamen del Ecuador, un frente pictórico de prestigio continental.

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Son innumerables los seres que, calladamente, entregan su vida por otras vidas: voluntarias, profesoras de minusválidos, hasta en humildes rincones, y de quienes sufren, cuidadoras de agonizantes, para que su muerte no sea tan muerte.

Luis Martínez Moreno
Guayaquil