Hay semanas en que el ánimo personal (y supongo colectivo) se torna inevitablemente negativo: hay tanto drama y tanto desperdicio alrededor nuestro. El drama de casi un centenar de compatriotas muertos encerrados en un bote por querer buscar un mejor destino. El terrible desperdicio de tanto recurso, por ejemplo, las huelgas tan depredadoras de estas últimas semanas. Luchas entre ecuatorianos. Crímenes entre ecuatorianos.

Ese es el drama, nos comemos entre ecuatorianos, devoramos nuestro futuro. O debemos, quizás, ser más precisos: algunos devoran el futuro de la colectividad. Los líderes, los que tienen la obligación de enrumbar al país, porque han escogido esa vía. Pero no hay liderazgo, solo hay intereses mezquinos. Ya nos hemos cansado de repetirlo, pero quizás lo único que podemos hacer es seguirlo repitiendo. Algún día alguien oirá el grito de desesperación. El de todos.

Por eso podemos vivir sin instituciones reales, todo es transitorio o simplemente temporal. No hay Contralor principal desde hace… perdón, ¿usted recuerda desde cuándo? No tiene importancia, la Contraloría solo encuentra fallas y juicios donde los guías ocultos le señalan. Los grandes temas (casi) nunca se enfrentan, solo toman algo de cuerpo cuando la presión social es insostenible. Alguna vez le decía a un amigo candidato a la Contraloría que la mejor forma de actuar era mandar a sus empleados a los diversos cantones del país, y pedirles que abran los oídos, nada más. Porque solo ellos no se enteran de lo que todos saben.

No hay Corte Suprema. Muy bien, cuántos Lucios Gutiérrez estarán felices con ello. Tanto juicio que camina hacia las alturas y no encuentra eco, pero este país de cualquier forma es un país sin ecos. Si el parto del Comité Calificador fue difícil, peor su funcionamiento. Cuanto más problemas tenga el comité, más se descalifica y más fácil será tumbarlo. ¡Pero, quién necesita Corte Suprema en el país de la impunidad!

En el petróleo no hay decisiones. Perdón, no hay decisiones visibles, porque en la oscuridad todos los días se reparten prebendas. Y no hay nada mejor que un río turbio para mantener esos negocios. Turbio, en el petróleo, significa que no nos decidimos entre una empresa estatal eficiente y una participación privada plena. Mucho más adecuado es un esquema a la vez de ineficiencia pública y limitaciones privadas. No es que no podemos decidir, sino que no queremos. ¿Cómo podríamos en esas condiciones transferir la propiedad accionaria del petróleo a sus verdaderos dueños, los ciudadanos? Imposible.

¿La electricidad, la Seguridad Social? Lo mismo. Más de lo mismo. Y la educación o la salud, igual. Lo importante, y eso limita las tensiones del poder (por eso en el Ecuador no hemos llegado a la violencia de países vecinos), es que hemos repartido razonablemente la troncha, algo hay para todos los comensales de esa fiesta. Más para unos que para otros. Pero cada uno encuentra según sus demandas. Todos, salvo la mayoría de ciudadanos.

Disculpen, hoy me he levantado de mal ánimo… los próximos días serán mejores. ¿Serán?