Bush sigue diciendo que las fuerzas estadounidenses se van a quedar hasta que los iraquíes se puedan defender y gobernar por sí solos. Es un objetivo noble y puede ser una política defendible, pero también es posible que nunca suceda.

El presidente Bush está bajo asedio. Un número creciente de estadounidenses, consternados por la muerte de más de 1.850 compatriotas en Iraq y convencidos de que la guerra va mal y no se puede ganar, está clamando por una pronta retirada.

Cindy Sheehan, de Vacaville, California, quien perdió a su hijo en Iraq el año pasado, se ha convertido en el punto central de un movimiento en ciernes contra la guerra.

Sheehan, quien comenzó a velar afuera del rancho del Presidente en Texas hace dos semanas, quiere que Bush se reúna con ella y le explique cuál es la “causa noble” por la que murió su hijo. También quiere que el Presidente, a quien llama mentiroso, haga regresar todas las tropas de inmediato.

Bush se reunió con Sheehan el año pasado después de la muerte de su hijo, y se ha reunido con unos 900 familiares de soldados muertos en Iraq, reuniones en las cuales, según algunos relatos, el Presidente pareció compartir genuinamente su dolor.

No obstante, Bush sigue diciendo que las fuerzas estadounidenses se van a quedar hasta que los iraquíes se puedan defender y gobernar por sí solos. Es un objetivo noble y puede ser una política defendible, pero también es posible que nunca suceda. En esas circunstancias, la muerte inevitable de soldados estadounidenses inevitablemente desatará fuertes reacciones emocionales.

Es poco probable que Bush admita alguna vez que la guerra fue un error. Y aun si llegase a esa conclusión, podría ser que le preocupe más el temor de claudicar ante sus críticos e intensificar con eso las exigencias de una salida rápida.

Abandonar Iraq ahora le robaría a los iraquíes la oportunidad que merecen de fortalecer sus instituciones políticas y sus fuerzas de seguridad antes de que puedan valerse por sí mismos.

No obstante, Bush no puede hacer caso omiso de las críticas. Los estadounidenses han aprendido que un movimiento contra la guerra puede desarrollar vida propia y al final arrebatarle la iniciativa política a un Presidente acosado por problemas. El Congreso sabe eso tan bien como cualquiera, y el próximo año habrá elecciones.

Para hacerle frente a estos cuestionamientos, Bush debe salir del capullo político en el que el círculo que lo rodea lo mantiene y comprometerse en un diálogo amplio con sus críticos, muchos de los cuales comparten su punto de vista de que salir de Iraq demasiado pronto agravará la crisis.

No hay ninguna seguridad de que el diálogo cambie las cosas, en parte porque Bush ha mostrado tener muy poca capacidad para un toma y daca verdadero. Sin embargo, hay demasiadas cosas en juego como para permitir que la situación degenere, con ambas partes hablando pero sin escucharse unos a otros.

Bush merece ser culpado por iniciar una guerra innecesaria en forma fraudulenta. Sin embargo, como dijo el ex presidente Clinton, cualquiera que haya sido la forma en la que nos metimos en este embrollo, “estamos donde estamos”.

La gente razonable puede estar en desacuerdo en cuanto a la mejor forma de poner fin al papel desastroso que ha cumplido este país en Iraq, y es el principal motivo por el cual es tan necesario un debate razonado.

Es probable que el lugar de Bush en la historia dependerá de cómo se resuelva la crisis en Iraq; sin embargo, no es su reputación lo que más debiera preocuparle al país. Todos hemos caído en la trampa que el Presidente construyó, pero la forma de salir no está clara ni para quienes apoyan esta guerra ni para quienes se oponen a la misma.

Distribuido por The New York Times
News Service.