La tragedia ocurrida el sábado 13 en el que perdieron la vida más de un centenar de compatriotas en alta mar evidencia una triste y trágica realidad en este país del quemeimportismo. Evidencia que entre un Gobierno que se muerde la cola y un Congreso que se pasa limando sus uñas, existe otro país, el país de los desesperados, el país de los que han perdido toda esperanza de mejorar su calidad de vida, el país de los que sin una gota de fe en sus gobiernos están dispuestos a correr toda clase de riesgos, de perder hasta la propia vida con tal de alcanzar “el sueño americano”, que casi siempre termina en una cruel pesadilla.

Esta tragedia descomunal en el que atrapados en la bodega de una endeble y frágil embarcación, en condiciones infrahumanas de viaje, perecieron horriblemente decenas de emigrantes, convirtiendo el mar azul en cementerio no solo de sus cuerpos sino de sus ambiciones y sueños, deja una clara lectura de insensibilidad y de ineptitud por parte de nuestras autoridades y de los actores sociales en general; nos señala las vivencias de un país desgarrado, escindido por los que se van a una vida incierta y por los que viven recordándolos. No es la primera vez, las estadísticas de la Dirección General de la Marina Mercante señalan que desde el año 2000 han sido capturados en alta mar más de siete mil ecuatorianos en 54 barcos, en solo el presente año intentaron salir más de 2.000 ciudadanos.

Es incomprensible y paradójico que nuestros compatriotas sean tan fácilmente contactados por los coyotes hasta en sus casas y para la “Inteligencia policial o militar” sea nada menos que imposible capturarlos. Es inadmisible que no haya arrestos ni sentencias cuando el tráfico humano lleva trabajando en nuestra tierra, nutriéndose de la sangre de nuestros paisanos, por muchos años. ¿Quiénes integran esta red que opera como la mafia desde ámbitos de poder? ¿Qué está pasando en nuestro país? ¿Adónde se van los dineros del petróleo que desde hace algunos años alcanza repuntes inmejorables? ¿Dónde está la producción? ¿En dónde las políticas destinadas a que las gentes no huyan del país como si fuera un barco infectado y en lugar de pagarles a los coyotes verdaderas fortunas se queden aquí y se conviertan en microempresarios? ¿Qué hace el Estado por sus ciudadanos? ¿Los diputados por los que votamos y que, supuestamente, nos representan, qué hacen? ¿Qué pasa con la sociedad civil? ¿Es que hemos llegado a un estado de insensibilidad tal que no nos importa lo que le está pasando a nuestra gente?

Sin duda el extranjero que lea o escuche noticias nuestras en que se habla de cifras económicas macro que aseguran que el país está estable, carraspeará y se quedará atónito al saber que, no obstante, la gente huye desesperada de él.

La doble moral ha hecho que mientras autoridades y gobernantes emitan condolencias públicas frente a esta tragedia, por otro lado no generen con antelación políticas sociales y económicas destinadas a privilegiar y dar empleo a los que menos tienen, para que hechos, como los que lamentamos, no vuelvan a ocurrir.