Revelando a menudo una vena emocional, Lula ha llorado durante sus discursos más recientes, incluyendo uno en el que habló nostálgicamente de su madre y su crianza como un niño campesino.

El asesor más cercano del presidente Luiz Inácio Lula da Silva renunció rodeado por la infamia, al igual que tres prominentes líderes de su partido, mientras que una veintena de integrantes del Congreso enfrenta  un proceso de desafuero. Pero aunque el peor escándalo de corrupción en la historia de Brasil sigue derribando a los funcionarios más allegados a Lula, él se mantiene inmune a la infección.

Su buena fortuna se la debe, según dirigentes políticos y comentaristas, no tanto a la falta de pruebas como al frío cálculo político de ciertos dirigentes partidistas que evitan poner en peligro la fortaleza de la economía brasileña con la caída de Lula y hablan abiertamente de protegerlo, aunque siga debilitándose, de tal modo que sobreviva hasta las próximas elecciones presidenciales, que se realizarán dentro de catorce meses, y entonces sí derrotarlo en las urnas.

“Es conveniente para el país que el Presidente aparezca como el bufón de la corte que no sabía nada de lo que ocurría a su alrededor”, dijo Helio Jaguaribe, prominente politólogo, en una entrevista reciente. “Es una mentira, pero una buena mentira. No hay ninguna ventaja en provocar una crisis institucional ahora, así que sencillamente es mejor dejarlo fuera de este asunto”.

El escándalo empezó hace tres meses con la transmisión de un video en el que aparecía un funcionario del correo de nivel intermedio solicitando un soborno a nombre del líder del partido de Lula. Desde entonces las denuncias se han extendido tan rápidamente que ahora se encuentran fechorías en casi cada rincón del gobierno y del Partido de los Trabajadores.

Entre las violaciones descubiertas hay una serie de contribuciones ilegales de campaña, aunadas al pago de un “estipendio mensual” de 12.500 dólares a varios integrantes de partidos aliados para ganar su respaldo en el Congreso. Dirigentes del Partido de los Trabajadores operaron además un fondo de 30 millones de dólares y aceptaron vehículos Jeep y otros regalos de empresas que aspiran a conseguir contratos gubernamentales.

Todo eso ha puesto en duda la actitud de “yo no vi nada” de Lula. El jueves de la semana anterior, el asesor de medios del Presidente carioca reconoció en declaraciones ante el Congreso transmitidas por televisión que la persona acusada de administrar dicho fondo le había pagado a él más de tres millones de dólares no registrados en los libros, a través de cuentas bancarias secretas en el extranjero, por su trabajo en la campaña electoral del 2002.

Al principio Lula, ex líder sindical cuyas conservadoras políticas económicas pusieron fin a los temores del grupo empresarial que prevalece en Brasil con respecto de su pasado izquierdista, desdeñó la importancia del escándalo y del impacto que tendría en su gobierno. “Vean mi cara y díganme si parezco preocupado”, dijo a fines de mayo, cuando el Congreso autorizó la primera de tres averiguaciones parlamentarias que actualmente dominan los titulares periodísticos.

En semanas recientes, sin embargo, ha dado señales de agotamiento, y algunos columnistas hablan de su “errática conducta”.

Revelando a menudo una vena emocional, Lula ha llorado durante sus discursos más recientes, incluyendo uno en el que habló nostálgicamente de su madre y su crianza como un niño campesino.

En vez de permanecer en Brasilia, ha recorrido casi todo el país (quince viajes durante las últimas cinco semanas, según un conteo) reafirmando su integridad personal. Pero con la renuncia en junio de José Dirceu de Oliveira e Silva, su principal subalterno y primer ministro de facto, ya no tiene en quién confiar para que maneje las tareas cotidianas de administración, y las quejas de que el país está a la deriva van en aumento.

El Presidente ha sido criticado también por adoptar la beligerante retórica de corte populista de su amigo Hugo Chávez, presidente de Venezuela, quien comió con Lula da Silva en Brasilia la semana pasada.

Conforme el respaldo a Lula se evapora entre la clase media de las áreas urbanas, él recurre cada vez con mayor frecuencia a los obreros y campesinos que constituyeron el apoyo original del Partido de los Trabajadores.

“Yo soy el hijo de un padre y una madre analfabetos”, dijo en un discurso a fines del mes pasado. “El único legado que ellos me dejaron es el de caminar con la cabeza en alto. No será la élite brasileña la que me haga bajar la cabeza”.

Todas las indicaciones dejan entrever, con todo, que la oposición política y poderosos intereses empresariales de Sao Paulo están haciendo todo lo que esté a su alcance para que Lula siga en el poder, siempre y cuando mantenga las políticas económicas de tipo conservador. Según informes noticiosos, el presidente de la Suprema Corte se ha estado reuniendo con esos grupos para recordarles que a nadie le serviría el derrocamiento del Presidente.

En 1992, uno de los predecesores de Lula, Fernando Collor de Mello, dimitió luego de que el Congreso inició el proceso para destituirlo. Aquella renuncia (provocada por un escándalo de corrupción que se ha quedado corto ante la crisis actual) fue un trauma nacional que muy pocos brasileños parecen ansiosos por repetir.

La expulsión de Lula de la presidencia implicaría entregarle el poder a su vicepresidente de 73 años, José Alencar, empresario nacionalista que se opone a las medidas de austeridad del gobierno. Todavía peor, pudiera significar la ascensión de Severino Cavalcanti, de mayor edad aun, que se convirtió en presidente de la cámara baja en febrero.

Con la economía en crecimiento, las exportaciones en niveles históricos y las tasas de intereses y la inflación a la baja, la élite económica tiene razones adicionales para temer la idea de un largo y arduo proceso de desafuero que pudiera alejar a los inversionistas. La solución ha sido presentar a Lula como la víctima inconsciente de una vasta conspiración, aun cuando Dirceu reconoció ya que él nunca actuó en los asuntos de importancia sin el conocimiento de su jefe.

La semana pasada, el secretario del Tesoro estadounidense, John W. Snow, en una visita a Brasil, también le ofreció un voto de confianza a Lula, restándole importancia al impacto de la crisis. “La situación, sin importar cómo la quieran caracterizar, no ha tenido un impacto mayor sobre la economía”, les dijo a los reporteros. “Es un reflejo de la confianza en las instituciones fundamentales de este país”.

© The New York Times News Service.