El monólogo del italiano Alessandro Baricco lo representó Francisco Febres Cordero el miércoles en una función privada en la sala Ocho y Medio. Ayer estaba previsto el estreno de la obra para todo público. Estará en cartelera de jueves a domingo durante seis semanas.

Francisco Febres Cordero, El Pájaro, es dueño, sobre las tablas y en la vida, de una innegable presencia escénica. Se trata de una de esas personas que uno no puede dejar de notar. Basta con que se encuentre cerca de usted, o que entre en la habitación. No tiene que mirarlo. Sabe que está allí. Me habría inclinado a considerar esa cualidad innata como la mayor entre las muchas que ha mostrado en el teatro.

Pero el Francisco Febres Cordero que encarna al trompetista y de paso a toda la fauna humana de Novecento (es interesante la identificación del narrador con las diferentes figuras. No abandona por ello su individualidad original, salvo en la última escena, cuando cede ante la del protagonista de la historia) ha llevado muy lejos su talento natural, elevándolo al nivel propio de un actor de oficio, de un profesional hábil, tenaz, responsable.

Publicidad

Lo prueban la continuidad que presta al personaje (¿los personajes?) del monólogo extraído de una narración de Baricco, el dominio del texto hablado y la acción durante más de hora y media, el combate victorioso, casi sin falencias, contra la memoria traicionera y las trampas de una trama confiada a una sola voz; contra la inevitable fatiga.

La actuación no agota la puesta en escena. Los ritmos, los movimientos, el aprovechamiento del espacio son el resultado de un análisis minucioso de la obra y de sus posibilidades, de una toma de decisiones acertadas y de una clara concepción teatral y narrativa. Nada queda al azar. De esta disciplina nacen la fluidez y la aparente naturalidad de la representación.

Ciertas soluciones son ingeniosas (el piano rodante, encarnado por una patinadora, Pamela Serrano). Aun las limitaciones cobran sentido, ya se trate de los mínimos vacíos de los decorados, ya de gestos repetitivos (cambios de chaqueta y sombrero ante el espejo). Tal vez se podría discutir el (innecesariamente) largo espacio silencioso del inicio... Hay que decirlo de una vez: el éxito de Francisco es, por cierto, suyo, pero en igual proporción depende de la dirección de José Ignacio Donoso. También él se supera.

Publicidad

El monólogo, forma de expresión del solitario, se troca colectiva (añadamos la escenografía, la música y otros aportes), confiada a una máscara visible, el actor. Me referí a la escenografía: es eficaz, práctica (por tanto, sujeta al servicio de la acción) y bastante evocadora (sugiere bien el edificio laberíntico de un barco, de ese símbolo de la vida más adecuado de lo que podría uno pensar).

La música es funcional. Sirve ya como telón ambiental, ya como ilustración de las palabras del trompetista. Quizá falla mi imaginación, pero ocurre –no solo en este caso– que me cuesta un poco reconocer los elogios entusiastas que pronuncia el narrador acerca de composiciones y de autores, mientras escucho la efectiva realización sonora...

Publicidad

No quisiera detenerme mucho tiempo en la revisión del texto. No lo conocía. Acudí al teatro para recibir y aceptar la obra a través de sus soportes naturales, la escena y el actor. La obra de Baricco, su invención del pianista que nació en un barco, adquirió el don de la ejecución pianística milagrosa y misteriosamente, nunca bajó a tierra (el momento en el que pretende hacerlo y cambia de parecer, agobiado por la inmensidad sin límites de la ciudad y de la tierra, constituye uno de los puntos culminantes de Novecento), y se halla al fin dispuesto a hundirse con la vieja máquina desechada, me hace pensar que la literatura del absurdo, alguna vez de moda, ha dejado huellas y que estas se revelan mejor en las tablas, a pesar de las disimilitudes estilísticas y los diversos grados de aproximación a la cotidianeidad.

El texto tiene humor, alude a costumbres marineras, no elude el habla popular, se señala por sus cualidades poéticas (la lírica posee más afinidades con la sensibilidad y las ambigüedades de la sugerencia que con la profundidad del pensamiento), y es lo suficientemente intenso para capturar la atención del público de principio a fin... en particular si es interpretado con la versatilidad y la convicción de Francisco Febres Cordero.

* Dramaturgo ecuatoriano