La descomposición general de nuestro país hunde sus raíces en la mente y en el corazón de los ecuatorianos. Es un problema cultural y ético. Solo la ceguera o la hipocresía pueden seguir repitiendo que todos los males provienen de los gobiernos. Por duro y peligroso que suene –tanto que nadie o casi nadie se atreve a decirlo–, más allá de los gobiernos el problema radica en la población, víctima de esa descomposición que parece una epidemia incontenible. Todos hablan del cambio. Pero el cambio fundamental que requerimos es el de nosotros mismos.

Mientras escribo estas líneas continúa el llamado “paro” en las provincias de Orellana y Sucumbíos. En realidad deberíamos decir que continuamos bordeando  la anarquía, que es por definición la ausencia del poder público. Ni la declaratoria del estado de emergencia en esas provincias, algo que se tornó inevitable el día miércoles, parece hasta el momento suficiente para controlar debida y permanentemente el orden público y la convivencia bajo un auténtico estado de derecho. Esto porque, repito, la enfermedad no está en las sábanas.

Poco a poco ha venido calando en la mente de muchos una idea deformada de soberanía popular. Algunos de muy buena fe y otros sin ella, han venido confundiendo a la población con exposiciones mal elaboradas sobre la democracia directa. Y así rápidamente, sin mayor discernimiento, buena parte de los ecuatorianos ha llegado a creer que la democracia directa consiste en sustituir al gobierno representativo, no en coadyuvar con él. Y finalmente se está llegando a confundir de hecho soberanía popular con anarquía.

Hace pocos días, cuando el novel político y precandidato presidencial Correa renunció como ministro de Economía, buena parte del personal de esa dependencia pública se apoderó de ella y un dirigente gremial expresó por todos los medios que no dejarían entrar ni acatarían a ningún nuevo ministro que el Presidente de la República se atreva a nombrar sin su visto bueno. ¿Es el nuestro un régimen presidencial? ¿Son algo más que papel mojado la Constitución y las leyes? Lo cierto es que aquel dirigente gremial permanece en funciones, no en la cárcel. Y que el Ejecutivo resolvió un hábil ascenso de la Subsecretaria a Ministra de Economía  (quien, entre paréntesis, va bien).

El botón de muestra que antecede es uno de los tantos con los que se viene abrochando esta situación de completa indefinición, blandenguería y demagogia que nos tiene bordeando la anarquía. Desde todas partes, no solo desde los principales órganos del poder público sino también desde las academias y los medios, lo mismo que desde las barricadas, se socava el estado de derecho. Así aparecemos  ante los ojos del mundo como un país lleno de potencialidades para el auténtico progreso, para el desarrollo económico y social, pero reacio a la convivencia civilizada, descompuesto desde sus raíces en la mente y en el corazón de la gente.