No te dejes impresionar por el titulejo, querido lector. Solo se trata de aplicar unas oportunas simbologías para facilitar mi explicación y tu mejor comprensión del más grave de nuestros problemas: el centralismo que disocia y desarticula nuestra variada etno-geografía.

Cuando el ex ministro Correa arremetió contra la supervivencia del Banco Central, inició su labor destructora seleccionando la actividad cultural como el área de fácil reparto. Por tal razón, en uno de mis artículos escribí que, hasta acá abajo, los periféricos escuchábamos claramente un ansioso restregar de manos ávidas. Y no me equivoqué. Para confirmar este aserto basta leer una entrevista publicada el 9 del corriente en diario Expreso. En esta, el presidente de la matriz de la Casa de la Cultura  asegura que “la institución está dispuesta a asumir la división cultural del Banco Central”, porque está “en capacidad técnica y logística” para hacerlo. ¿Creerá realmente este buen señor que nos engulliremos tamaña rueda de molino?

Pese al peligro que la propuesta ministerial implicaba para nuestro desarrollo como sociedad culta, y la felicidad producida entre los centralistas, no puedo evitar traer a la memoria gratos recuerdos infantiles. Todos vinculados a mi añorada casa familiar y a mi gato Pinocho. Amable compañero que, tan pronto oía el ¡ras… ras… ras! que sobre la piedra de afilar producía el cuchillo con que la cocinera limpiaba y retaceaba los filetes del almuerzo, presto saltaba de su canasta y dando maullidos lastimeros acudía a la cocina para reclamar su parte.

La elocuente fotografía del entrevistado también me transporta lejos. Esta vez a mi juventud. En ella aparece nuestro personaje en actitud suplicante, como si esperara que pronto venga a sus manos el maná celestial prometido. Esta sugerente postura, sumada a su afirmación de que ido el ministro “la propuesta está en el limbo, salvo que el Primer Mandatario insista”, también me trae recuerdos felices: cuando fui un juvenil beisbolista jugaba como jardinero central. Y cada vez que impulsado por el bateador salía del plato un profundo batazo, me acometía una gran ansiedad. Con la misma apetencia y los brazos en actitud de rogatoria desesperada, partía en veloz carrera levantando la mano enguantada, para atrapar la pelota que me caía del cielo.

En los páramos andinos, cuando el corazón se agita, se sufren mareos y vienen las náuseas, se llama “soroche”. Al deseo incontenible de adquirir más recursos para imponer el poder, la urgencia de arrebatar lo ajeno y no saciarse jamás, en el argot costeño lo conocemos como “angurria”. Por eso siempre me dije: esto no acaba con la simple renuncia del ministro. Pues, el centralismo es como las poderosas mandíbulas del perro prohibido: el pitbull. Que al morder sufre tal rigidez en sus fauces que le impide abrirlas, y presa de primitivo instinto sacude el cuello de su adversario hasta degollarlo.

Es audaz afirmar que un cenáculo de compadres y alabanzas mutuas, ente burocrático, conocido y reputado como ineficiente, nos elevará al nivel de “potencia cultural”. Muy saludable para nuestra tranquilidad social  resultaría ser que el Presidente no fuese el bateador estrella, para no escuchar los maullidos gatunos ni exponer nuestro cuello al perro.