Un amigo gringo me contaba que había sentido una fuerte dosis de racismo y discriminación en su visita al Ecuador. No el tipo de discriminación que vivió su país, cuando los negros debían ocupar los asientos traseros de los buses; sino esa discriminación silenciosa presente en nuestra sociedad latinoamericana, donde el puesto que en ella ocupamos parece predeterminado por nuestros rasgos físicos y color de piel.

Le impactaba a mi amigo ver esta segregación natural entre razas. Como si unos estuvieran destinados a servir, mientras otros gozaran eternamente el placer de ser atendidos. Para él, es común ver en su país a personas pobres de distintas razas y orígenes superarse y que sus hijos se eduquen y logren una buena situación económica. Acá eso no sucede. La raza parece dictar que el que nace pobre muera pobre.

Le expliqué a mi amigo gringo que el racismo o discriminación que él cree ver no es sino una realidad social producto de la gran brecha entre ricos y pobres y de una condición que permanece desde tiempos de la Colonia. No es que se discrimine a quien realiza trabajos mal pagados, simplemente cada persona trabaja según su formación y habilidades.

El gringo aceptó la explicación, pero yo me quedé pensando. Si bien no creo que se discrimine a quien trabaja limpiando baños, la pregunta es si queremos que las cosas cambien y llegue el día que, como en los países desarrollados, se acabe el servicio doméstico o la mano de obra baratos. ¿O será que preferimos que todo siga igual, continuando con los privilegios del Tercer Mundo?

Puede que esto no sea discriminación, pero sí, en muchos casos, indiferencia y hasta complacencia por nuestra realidad social. Muchos disfrutan de las comodidades que trae la existencia de una gran población pobre con poca educación. Y no quieren que eso cambie.

Nuestra pésima educación pública es sin duda la gran culpable de este estancamiento que sufren los pobres. Sin educación no se avanza y la brecha entre pobres y ricos solo se agranda, perpetuándose esta división que mi amigo gringo ve como discriminación. Pero más allá de la falta de oportunidades, producto de una mala educación y descuido de nuestros gobiernos, la culpa es también de quien disfruta el subdesarrollo y el statu quo y no promueve un cambio.

Latinoamérica se seguirá blanqueando la piel y aclarando el pelo para ser aceptada mientras no exista un cambio de actitud, miremos más allá de los rasgos físicos y color de piel, y aspiremos a ver sentado en el puesto de gerente de una compañía a quien nació pobre y con la piel oscura. Mi amigo gringo tenía algo de razón. Nos hemos acostumbrado a la situación. El jefe quiere que el país progrese, pero que a su empleada tan eficiente no se le ocurra estudiar mucho para luego avanzar a un puesto mejor, que continúe en la cocina sirviéndolo. Queremos que el país progrese, pero que no nos quiten las comodidades del Tercer Mundo.

Que la raza predetermine el lugar que uno ocupa en una sociedad nunca debe ser lo normal. Mi amigo gringo dejará de sentir discriminación en nuestra sociedad el día que realmente luchemos para que esto cambie. El día que soñemos y trabajemos por un país en el que sea demasiado caro tener una empleada en casa.