Hay quienes creen que las notas culturales que caracterizan a ciertas sociedades son mejor entendidas cuando se las compara con las de otras sociedades. Los estudios de antropología en buena parte nacieron con base en este ejercicio.

Muchas son probablemente las diferencias que existen entre los europeos y estadounidenses, aunque probablemente más es lo que tienen en común. Entre las cosas que los aparta, se dice a menudo –o al menos así lo dicen los europeos–, es la prisa con la que viven los norteamericanos. Tienen como una impaciencia constante por llenar el día y las semanas con actividades. Es raro encontrarse con un norteamericano que no esté apurado. El tiempo, que es oro, les queda corto.
Esto incomoda a los europeos, quienes han hecho su historia conversando en los cafés de París, Milán o Viena.

No nos atreveríamos a hacer una simplificación similar con nuestro país, pues, más de un estudioso de la cultura podría incomodarse. Pero entre las cosas que  algún día, algún antropólogo, en alguna conferencia que dicte en el British Museum probablemente dirá que, por sobre todo, fuimos una sociedad “interina”.
En efecto, somos una sociedad que todo lo vive interinamente. Buena parte de los ecuatorianos están aquí interinamente hasta cuando tengan algo de plata para emigrar. Aunque por diferentes razones, los más acomodados también están acá interinamente. Cuando pueden,  toman el avión y salen del país. Muchos parecería que viven un interinato diario en el Ecuador, sus espíritus están como idos por la televisión por cable o el internet, mientras sus cuerpos atrapados en la geografía.

Pero es en la política donde mejor se observa esto. La pasada década (1995-2005) lo que hemos tenido es un Estado interino. El interinato ha sido la “regla del juego”. (Los que viven de ella han hecho fortunas…). Los presidentes que hemos elegido lo han sido para que gobiernen interinamente, es decir, hasta que sean derrocados por  forajidos, militares, banqueros o políticos. Quienes los han sucedido han sido, en definitiva, interinos de un interino. Los partidos son interinos  hasta que se dividen. Las cortes son interinas y la justicia relativa. El Congreso es interino. Las instituciones son interinas. Y para qué hablar de la política petrolera, internacional, económica, educativa, laboral o vial. Simplemente no existen, porque no existe el Estado como organización política permanente.

Ni Hegel en sus peores noches pudo imaginarse un Estado como el nuestro, cuya esencia es no ser Estado. Por eso cuando se quejan algunos de que no hay “políticas de Estado” para tal o cual cosa, lo que probablemente quieren decir es que no tenemos Estado. Pero como esto parece demasiado vergonzoso, prefieren decir que lo que nos faltan son las “políticas” y no admitir que es el Estado lo que nos falta.  Y si este no existe es porque se creyó por décadas que tener un Estado era tener más burocracia amamantada por las rentas del  petróleo. Un Estado rentista no es realmente un Estado. El nuestro es un ejemplo.