Su nueva publicación, De boca en boca, es un conjunto de poemas atravesados  por una obsesión: la palabra. En sus versos, el autor evoca la poesía latinoamericana.

Antonio Preciado (1941) es un poeta de ciclos. Cada cierto tiempo, presenta un nuevo libro. En 1961 publicó su primer poemario:   Jolgorio  y mantuvo un ritmo de un libro cada cuatro o cinco años: Más acá de los muertos (1966) y Tal como somos (1969).

A partir de allí, ocurrió un silencio de una década, hasta De sol a sol (1979). Los dos poemarios siguientes debieron esperar un largo paréntesis de catorce años hasta De ahora en adelante (1993) y Jututo (1996) reeditados en 1998 bajo el título De par en par.

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En este 2005, Preciado acaba de poner en circulación  De boca en boca, un renovado  texto que se presenta más reposado pero que sigue siendo eminentemente musical. La lectura de un poema de Preciado gana en resonancias si se lo hace en voz alta, y si al tiempo se recuerda al propio poeta recitando con voz cadenciosa y profunda los versos emparentados con la cultura afrolatina.

De boca en boca es un conjunto de poemas atravesados  por una obsesión: la palabra. Las palabras en sí, cuando en estado primigenio “conviven con su dios” quien “las ama, las entraña y las mantiene vivas con su aliento”. Y las palabras cuando ya no están en su condición de tales sino en función de un sentimiento, un estado, un momento: las palabras páz (así con tilde la quiere Preciado), amor, cielo, silencio, sangre, hasta llegar a la palabra que vuelve a no significar nada, que se significa a sí misma: noneco.

Y noneco es, según Preciado:

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“la palabra prójimo,
con su nonequería
de recorrer  a diario el mundo
de alma en alma
a pie con su porfía
de andar significando un espejismo que si bien muchas manos
sinceramente tocan,
hay ojos que tan solo miran
a la distancia”.

Para finalmente, encontrarse la palabra  confrontada a  ese estado del espíritu que entraña el poema, para juntos crear la poesía:

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“La palabra,
piedra común
(rodando todavía),
trabajada en secreto,
con devoción y entrañas,
a cualquier hora,
en medio del propio pedregal,
pulida
y puesta adrede en el vacío preciso,
se convirtió en espejo del
asombro”.

Preciado sigue siendo en este último libro, el poeta de las imágenes que encuentran su sentido en su sonoridad, en su ritmo: “recorrer a diario el mundo de alma en alma”, “destilación de lumbre”, “trasiego apasionado de la palabra al fuego”, “la inmensa mayoría de lágrimas secretas”, “el soplo de su idioma de luciérnagas”  o “el aire es oloroso a tierra íntima.”

Preciado sigue siendo, además, el poeta que evoca en su verso la poesía latinoamericana. En esta ocasión, bastante menos  próximo de Guillén y más cerca de César Vallejo, aquel Vallejo del yo, que de tanto ser un yo dolido es un yo colectivo. Dice el poema de Preciado:

“Y cómo no sentir que es sábado en mi ser
y cómo no escribir a dos manos mi nombre
entre la transparencia de este día
si el sol amaneció dentro de mí…”

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O el poema que dice:

“Ayer fue un viernes espectral, sombrío, lento, lleno de huecos,
descorazonador,
desolador,
que anduvo,
con toda su pereza,
repletando los cántaros”.

Ese modo tan vallejiano de interrogarse a sí mismo y que revive Preciado:

“¿Qué hace esta nube en mí,
si su blancura cuelga
durante todo el año
 de los atardeceres transparentes de Chula?

Jorge Enrique Adoum afirma, a propósito del “yo” de Preciado, en la introducción a De boca en boca, lo siguiente: “Sea cual fuera la experiencia personal que relata o imagina, en este libro el pronombre no encierra en su calabozo de dos muros solamente al autor que se mira y confiesa, sino al lector que, de la mano de quien sabe ser ‘pastor de palabras’, reconstruye la poesía que estaba allí, desde antes y puede, después de leídas, sentirse autor y propietario de sus sílabas”.

Antonio Preciado sigue siendo, por último, ese poeta que, sencillamente, elabora historias mágicas hechas de imágenes cotidianas traslapadas en el espacio o en sus significados corrientes. Algo que recordaría un realismo mágico en su estado puro:

La boca de mi abuela
Ya dije alguna vez
que ella tenía la boca siempre llena de santos
y ángeles de la guarda;
me hizo falta agregar que también le cabían,
con mucha holgura, todas las cosas del pasado: las fechas de la vida y de la muerte, las grandes alegrías,
las peores desgracias,
sus sigilosas mañas para que las comidas supieran a milagros…”

Finalmente, es necesario subrayar el cuidado con que De boca en boca está publicado por Ediciones Archipiélago, y  que incluye reproducciones de algunos  óleos de María Elena Machuca.