No es la primera vez que en el país se discuten propuestas así. Cuando se las llevó a la práctica –por supuesto con sensibles diferencias, que responden sobre todo al tiempo transcurrido–, permitieron que en el país se desarrollen nuevas ramas manufactureras; aunque también es cierto, hay que decirlo, a un costo demasiado alto a veces, puesto que se derivó en una falsa industria, dependiente de subsidios estatales.

Y es que el éxito o fracaso de proyectos de esta naturaleza dependen esencialmente de que no sean medidas aisladas sino integradas a un plan de conjunto, desde el cual se evalúe constantemente si con las inversiones que llegan, el país realmente gana en generación de empleo o implantación tecnológica.

Las exoneraciones y subsidios que se entregan cuando se legisla con este propósito no deben ser una graciosa concesión que nunca se recupera, sino una inversión del Estado para el mediano y largo plazo.

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Ojalá que el Gobierno y el Congreso lo entiendan y debatan la manera de cerrar ese vacío.