Hemos llegado en el Ecuador a una situación en que es más difícil darle al país una vida política transparente, oxigenarla porque está casi asfixiada, que equilibrar el presupuesto o enderezar la economía. Es casi una obligación de Estado concretar todos los esfuerzos en superar nuestro subdesarrollo ético y educacional (cultural) para que, por inercia, el tema político se enderece solo, aunque ahora, en lo inmediato, no dejemos de insistir en la necesidad urgente de la reforma política. Y como la carrera hacia la Presidencia de la República ha comenzado, cabe sugerir, desde ya, a los candidatos y a quienes pretenden serlo, que no fabriquen muchas expectativas porque toda expectativa defraudada produce resentimientos, y estos son un factor fundamental para las vergonzosas rupturas constitucionales que han terminado ilusiones y gobiernos.

La continuas violaciones de la Constitución y de la ley, y la sustitución repetida, antes de tiempo, de un Presidente de la República por otro, en procesos unas veces penosos y otras veces lúdicos, junto con el largo vacío histórico de nuevos líderes, han ocasionado que ese cargo sufra una especie de devaluación, en el sentido de que parecería ser, por las cosas que se oyen, que los pretendientes ya no necesitan un largo entrenamiento político y reconocidas actuaciones en defensa del pueblo para querer llegar a la primera magistratura sino que, de golpe, por el desempeño pasajero de cualquier actividad más o menos importante, todo postulante, aunque no dé la talla, quiere ser candidato al primer empleo del país.

No hay la exigencia de hacer carrera desempeñando previamente una alcaldía o una prefectura o una diputación o un alto cargo por un buen lapso que nutra de experiencias al ciudadano, sino que se quiere dar saltos directos a la Presidencia de la República, lo que constituye un pretencioso error, pues no solo es necesario tener una robusta base académica, sino saber de administración y tener conocimientos y práctica política porque no todo se suple con los asesores, con mayor razón cuando los asesores necesitan también asesoría.

Los traspiés iniciales de Alfredo Palacio, a pesar de su sólida formación universitaria y de vida (pues nadie duda de que se trata de un médico destacado con un perfil científico, y de un hombre culto y honesto), se deben precisamente a lo que anoto en el párrafo anterior, es decir a la ausencia de experiencia política y a no tener nutridos cuadros ciudadanos que le ayuden a consolidar una fructífera gestión pública, ostensible hoy solo en varias áreas específicas como la de relaciones exteriores.

Por otro lado, y en general, es decir aplicable a todos los partidos, falta una revisión y puesta al día del discurso político, y si no lo creen pongan atención a lo que dice, por ejemplo, el MPD, que sigue repitiendo las  frases estereotipadas que rabiosamente pronunciaban los grupos extremistas de izquierda en la década del ochenta: para ellos es como si todavía siguiera en pie el Muro de Berlín y no hubieran muerto ni Kruschev ni Mao.

Ustedes, amigos lectores, estarán de acuerdo conmigo, en que si en las elecciones del próximo año nos equivocamos otra vez al elegir Presidente, deberemos prepararnos para asistir a los funerales del país.