El marchista saludó a sus seguidores desde el techo de un vehículo.

En medio del tumulto de periodistas, cámaras y cables, el atleta azuayo Jefferson Pérez llegó ayer a las 08h25 al aeropuerto Mariscal Sucre. Al principio el bicampeón mundial de marcha prefirió no hablar con la prensa.

Mas, cuando se trasladaba al Hotel Dann Carlton, escoltado por miembros del Grupo de Operaciones Especiales (GOE), de repente, subió al techo del auto y saludó con los casi cien aficionados que esperaron su llegada.

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Jeff  se puso la mano en el corazón y recibió ramos de rosas, pensamientos recopilados en un libro, en fin, el cariño de algunas personas que pudieron tomarle fotografías y filmar su arribo.

Ese fue el momento que describía a un deportista “bañado en oro, pero también en humildad”, como lo reseñó la prensa cuencana días después de su triunfo.

Luego de la espera estuvo ahí para su gente. “Para el 20% que cree en él”. Como anécdota, ayer contó que antes de la carrera observó una encuesta en que el 80% de los ecuatorianos creía que no iba a ganar el campeonato del mundo por la campaña que desempeñó.

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Contra ese 80% compitió al final de la prueba de 20 km marcha. Mas no con el español Francisco Fernández, quien se quedó relegado en los últimos tramos y llegó segundo.

El triunfo primero se lo dedicó a Dios y luego a “quienes más sufren con mi mal carácter”, refiriéndose a su hermano Fabián, a su compañero Rolando Saquipay y a su director (no quiere que se lo conozca como entrenador) Manuel Ortiz. Con Saquipay y Ortiz compartió un campamento preparatorio en Arequipa, Perú.

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En esa ciudad, uno de los tres cumplió años, no recuerda quién, pero sí que alguien del pueblo les trajo un trozo de pastel. Cuando iba a soplar la vela, la luz se fue en el lugar donde se encontraban.

Eso fue una enseñanza, dijo, de que hay que atravesar momentos duros para volver a ser   campeón. “Las medallas de oro son bañadas con aquel metal tan preciado en el mundo entero. Sin embargo, el metal que simboliza que un deportista ha llegado a ser el mejor del mundo está bañado de mucho lodo”, afirmó el atleta.

El cuencano explicó que “las medallas de oro son bañadas de lodo”, porque un deportista, para llegar a la cima, debe “prepararse en cada trinchera, ensuciarse las manos y su cuerpo con lodo”. “Solo así se puede distinguir entre la maldad y el egoísmo. Solo así se puede distinguir entre el hombre y la máquina”, acotó.