La Constitución del Estado en sus Principios Fundamentales, Art. 1, dice lo siguiente: “El Ecuador es un Estado social de derecho, soberano, unitario, independiente, democrático, pluricultural y multiétnico”. El Art. 3. Deberes del Estado, 1, habla de “Fortalecer la unidad en la diversidad”. Pero, la triste realidad es otra. En 175 años de existencia no conocemos ni reconocemos nuestros variados matices. Lo único que se tiene por representativo de nuestra diversidad es la policromía de los ponchos.

Hace poco una distinguida historiadora manabita me llamó alarmada desde los Estados Unidos. Pues, había visitado algunas universidades de ese país buscando financiamiento para estudiar las culturas ecuatorianas costeñas. Y cuál su sorpresa, en ninguna de ellas había un espacio académico destinado a tales estudios. En cambio, para investigar a las comunidades indígenas serranas, numerosos estudiantes, debidamente financiados, se disponían indagar sobre una de estas, a punto de extinguirse, pues apenas reúne una veintena de sujetos.

Nuestra Carta Política también dispone proteger a los indígenas y afroecuatorianos, pero olvida a los montubios y cholos costeños que son más de 1,8 millones de individuos. Parece que la burocracia centralista les pasa la factura por utilizar su territorio, pues, pese a ser los grupos humanos históricamente más productivos del Ecuador, viven sumidos en la pobreza, en un “agujero negro” comprendido entre la cordillera occidental y Galápagos. Desnutridos, afectados de tuberculosis, lepra, salmonelosis o dengue. Sin educación, seguridad ni vivienda.

Durante siete años, el Archivo Histórico del Guayas (AHG) ha trabajado para rescatarlos y reposicionarlos. Pero, exceptuando al Banco Central que, gracias a la sensibilidad y percepción de sus ejecutivos, está invirtiendo en cinco años de investigaciones sobre el montubio. Excluyendo la Espol, que financió la “Historia social y económica de Salinas”; la Universidad Eloy Alfaro de Manta, que financiará y avalará un diplomado en Historia programado por el AHG. Jamás hemos recibido, de ninguna universidad ni organismo oficial, propuesta o insinuación alguna para investigar o realizar estudios socioeconómicos sobre las sociedades costeñas u otros temas vinculados.

Las investigaciones arqueológicas de Jorge Marcos, y antropológicas de Silvia Álvarez, son las únicas que nos dan una visión importante, pero solo desde esas ciencias. Mas, lo social, económico y antropológico, que demandan de la participación de universidades, escuelas superiores, empresas, cámaras de la producción, están abandonados. Lamentablemente, igual que los niños y jóvenes habitantes de las “ciudadelas burbuja”, parecen vivir en otro mundo. A lo mejor esperan que el Banco del Pichincha, interesado en ganarse nuestra confianza, decida hacerlo.

La Corporación de Montubios del Litoral, que conoce el drama diario, es nuestra gran colaboradora. Si hay otra, lo desconozco, posiblemente existe solo para medrar de posiciones o amedrentar con paros al Gobierno. El café Barricaña, reducto de intelectuales, es otro bastión que las defiende. La Dirección Regional de Cultura, gracias a su dinámico director, es nuestro único y reciente aliado oficial que tiene propuestas. Sin embargo, más allá del entusiasmo, no poseen recursos para asumir esta gran tarea, pues, dependen del eterno moroso, el Estado.

Afrontar esta responsabilidad social es nuestra obligación histórica, tanto o más importante que construir puentes o caminos vecinales. Es honrar nuestro ancestro, apostar al futuro y mucho más rentable que el más próspero negocio.