Filipinas puede presumir de contar con 65 millones  de católicos, pero la Iglesia se enfrenta a un desinterés creciente de los jóvenes, sobre todo en las capas más desfavorecidas de la población.

Aunque la iglesia sigue conservando una enorme influencia en este país del  sureste asiático, la posición del Vaticano sobre la contracepción o el divorcio ahuyentan a una juventud más tentada por la modernidad.

Unos 800.000 jóvenes del mundo entero son esperados en las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) la semana próxima en Colonia (Alemania), pero este acontecimiento, destinado a unir a la juventud entorno al Papa, tiene escasa repercusión en Filipinas, donde las JMJ de 1995 reunieron a cuatro millones de jóvenes.

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La iglesia filipina envía una delegación de 350 personas, la mayoría jóvenes de clase media y sacerdotes. Tampoco ha ayudado mucho la polémica surgida por el rechazo de las autoridades alemanas a conceder visados a muchos peregrinos filipinos.

Con uno de los índices de natalidad más altos de Asia, Filipinas cuenta con unos 17 millones de jóvenes de 15 a 25 años, según cifras oficiales.

Estos jóvenes, en especial en las grandes ciudades, aspiran a un estilo de vida materialista y son más reivindicativos en cuanto a asuntos como la contracepción o el divorcio, a diferencia de sus padres.

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Para el sacerdote Eli Cruz, rector del Colegio Técnico Don Bosco, un establecimiento de 4.000 alumnos en Mandaluyong, un barrio de Manila, uno de los problemas es que la Iglesia no logra adaptarse a la evolución de la joven generación.

"La iglesia empieza a perder el contacto con los adolescentes y los pre adolescentes sobre todo por la influencia de los medios de comunicación", explica.

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"La mayoría de los responsables de nuestras iglesias no hablan su lenguaje, no comprenden su nueva cultura, su nuevo modo de funcionamiento psicológico, nacido de esta generación del internet y de la era digital", agrega el religioso.

Sin embargo, la Iglesia tiene un papel fundamental que desempeñar, en la medida en que los jóvenes esperan acceder a la espiritualidad, al sentido de lo sagrado y al testimonio cristiano, apostilla.

Un estudio realizado en el 2002 puso en evidencia que el 45% de los jóvenes que se dicen católicos casi no practican su fe.

Para el padre Cruz el fenómeno es particularmente sensible en las clases más pobres, que son marginadas, mientras que los hijos de clase media permanecen en su mayoría fieles a su religión.

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El obispo Rolando Tria Tirona, presidente de la comisión de la juventud de la Conferencia Episcopal filipina, reconoce este problema y asegura que se le va a poner remedio.

"Verán que a partir de ahora la Iglesia tenderá en particular la mano a esos jóvenes (desfavorecidos)", aseguró.