Quizás eso explicará el poco interés que despertó la reciente aventura del Discovery, como si poco tuviésemos que ver con una nave espacial de ocho tripulantes, dirigidos por una mujer, que por un accidente estuvo a punto de desintegrarse en el espacio.

Debemos precisar ciertos conceptos: lo que está destruyendo al ser humano y a la naturaleza no son los descubrimientos científicos, sino el mal uso que de ellos hacen los grandes poderes mundiales, siempre más dispuestos a tolerar las guerras que a promover la paz, la libertad y la justicia. El remedio para ese destino no radica en el estancamiento tecnológico sino en la correcta utilización de los descubrimientos e inventos.

Si el programa de exploración espacial norteamericano se detuviese por los contratiempos de los transbordadores (en los que la NASA ha concentrado –quizás exageradamente– toda su estrategia de vuelos tripulados) sería un duro revés para la ciencia y la tecnología. El costo de algo así sería difícil calcularlo. Por eso (y porque se salvaron algunas vidas) nos alegra que la aventura haya terminado con éxito y anhelamos que las dificultades que entrañe se superen con prontitud.