Son discapacitados visuales, pero hoy no se lamentan de su condición. La vida les enseñó a buscar alternativas.

Las circunstancias oscurecieron por momentos sus ilusiones. Hoy son no videntes, pero lo que para cualquiera sería un hecho desafortunado para ellos se convirtió en la oportunidad de demostrarse a sí mismos y a los demás que las limitaciones no existen.

Así es como entre risas, bromas y el deseo de divertirse como cualquier joven, Wilson, Danny, Jorge y Miguel se reúnen en sus ratos libres en la Asociación de Ciegos.

Entre sus pasatiempos favoritos está el 40, que juegan con cartas marcadas para identificarlas a través del tacto. También practican fútbol, usando una pelota a la que rellenan con pequeñas piedras o granos para percibirla por su sonido.

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 No cabe duda que su creatividad y deseo de superación los ha llevado a buscar alternativas que les permita integrarse en la sociedad.

Ese es el caso de Miguel, un joven de 21 años que actualmente cursa el segundo semestre de Derecho en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Católica.
Miguel no sabe con certeza cómo y cuándo perdió la vista. “Mi mamá dice que a los dos meses me golpeé la cabeza y la perdí, pero los doctores dicen que yo nací ciego”; eso ahora no le preocupa, ya que para él lo más importante es haber contado siempre con el apoyo de su madre.

Mientras estos inquietos jóvenes intercambian ideas, sobresale la voz de uno de ellos que desea hablar sobre una persona en el grupo a quien todos admiran por su poder de decisión y su confianza en sí mismo. Es Jorge Mora.

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Cuando tenía 8 años de edad, Jorge sufrió un accidente en el campo: un caballo le golpeó la cabeza y a raíz de ese hecho empezó a perder de manera progresiva la vista hasta llegar a una pérdida definitiva a los 17 años.

Él, como los demás miembros de la asociación, asistió a la Escuela para Ciegos 4 de Enero, centro donde todos han recibido rehabilitación psicológica a fin de aceptar su realidad y poder seguir adelante con sus vidas. Actualmente Jorge vive solo, cocina, plancha, lava su ropa, actividades de las cuales se enorgullece.

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Respecto de esto, Wilson y Danny opinan que la rehabilitación juega un papel muy importante. “Muchas personas piensan que el hecho de no ver es el fin del mundo”, indica Wilson, “esto trae como consecuencia que algunos de ellos no salgan de sus hogares, no trabajen o no estudien, aislándose completamente de la sociedad y volviéndose inútiles”.

Para estos cuatro jóvenes un discapacitado visual puede y debe cumplir con sus obligaciones y exigir sus derechos. Pero con cierta pena aseguran que existe una falta de apoyo en cuanto a darles un espacio en el campo laboral. Actualmente tres de ellos se encuentran sin trabajo, luego de que los desalojaran de sus puestos de alquiler de teléfono, por la regeneración urbana.