Parte de la extensa obra del escritor Demetrio Aguilera Malta, que empezó en el Grupo de Guayaquil, con cuyos integrantes fundó el relato ecuatoriano, se incluye en el libro de clásicos guayaquileños que promueve el cabildo porteño.

El nuevo volumen de los clásicos guayaquileños, colección impulsada por el Municipio de Guayaquil, trae una vasta selección del relato de Demetrio Aguilera Malta. No está toda su obra. No tendría espacio en el volumen. Se abre con una selección de ocho cuentos y sigue con sus novelas Don Goyo, La isla virgen, Siete lunas y siete serpientes y El Jaguar.

Por último, una biografía comparada preparada por Cristóbal Zapata y una significativa y extensa bibliografía del autor y sobre el autor, obra de César Chávez Aguilar.

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Este volumen, como los anteriores, se edita bajo la guía  del escritor Javier Vásconez y de Melvin Hoyos, conductor de las políticas culturales del Municipio de Guayaquil.

Allí no están el teatro de Aguilera ni sus primeros poemas. Sin embargo, teatro y poesía están presentes en una narración que se trastoca en largos poemas y un relato que se construye con la versatilidad y la precisión de diálogos dramáticos.

Aguilera Malta hace parte de los narradores que integraron el Grupo de Guayaquil, y con algunos de ellos integró el libro que funda el relato ecuatoriano contemporáneo: Los que se van” en 1930. No obstante, Aguilera no se queda en el país y pronto comienza a protagonizar lo que Benjamín Carrión califica como su vocación de “judío errante con libreta de direcciones”.

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Demetrio Aguilera nace en Guayaquil en 1909 y crece en una finca de su padre en la isla San Ignacio, en el Golfo de la ciudad porteña, que acabará constituyéndose en el escenario de sus relatos, desde el Don Goyo, escrito a la edad de 24 años.

En 1935 se edita en Chile Canal zone, en 1942 La isla virgen, en 1970 Siete lunas y siete serpientes, en 1973 El secuestro del general”, y en 1977 Jaguar”.

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Mientras tanto, ha aparecido alrededor de una decena de piezas de teatro de diversas dimensiones y ambiciones, entre ellas la más conocida: Lázaro (1941).

Desde Don Goyo, Demetrio Aguilera asume los temas que la obra suya, la de Gallegos Lara, de Gil Gilbert o de José de la Cuadra, consagraron como las claves de la novela montubia: la naturaleza como personaje y como presencia humana; el mítico vaquero o hacendado fundador de aldeas y dinastías, fecundador de cuantas mujeres recoge la memoria; las mujeres legendarias que siembran temor y enloquecen a los hombres; la exuberante lujuria que desquicia los destinos; una confusión de sexualidad y machismo en la que la relación sexual es un auténtico combate; los animales que disputan con los hombres el poder y la fábula; y la recuperación de las formas dialectales del lenguaje.

Lo que caracteriza a Aguilera Malta dentro de esta apuesta común, es la intensa relación con el universo montubio donde creció, y que le lleva a Raúl Serrano, introductor del volumen, a establecer un paralelo entre José María Arguedas cuidado en la infancia por los indios del altiplano y Aguilera crecido entre hombres del manglar y el trópico.

Si sus cuentos, en particular, y su primera novela, Don Goyo, beben del lenguaje montubio intensamente, poco a poco el estilo de Demetrio Aguilera va tomando cierta distancia de lo dialectal. Si al principio sus frases son cortas como latigazos, en Siete lunas y siete serpientes y luego en El jaguar son más reposadas y abiertas en el espacio. Se desenvuelven en toda su dimensión.

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La poesía intensa de los inicios, se convierte en poesía que se desata pausadamente y en versos de riqueza contenida; para en la última novela, El Jaguar, volver el escritor a su memoria, a su origen, en un relato sobre la enigmática y fatal relación del hombre con el animal, narrado a partir de un juego con el tiempo: alguien, desde afuera, en una especie de portadilla de la novela, profetiza que será el “niño Raúl”, nombre con el que los campesinos llamaban a Demetrio Aguilera en su infancia, el que, al final de su vida (cinco años antes de su muerte) acabaría narrando la historia del tigre al que el “niño Raúl” llamaría “jaguar”.

Y un recurso presente en toda su obra, el monólogo interior, estallará en El jaguar, convertido en la socarrona irrupción de una voz que podría ser la del narrador, salpicando de humor las situaciones relatadas.

Demetrio Aguilera recibió el Premio Nacional de Cultura Eugenio Espejo en 1981 y murió en México, donde vivía desde 1958,  a fines de ese mismo año de 1981.

Este proyecto editorial animado por Javier Vásconez y Melvin Hoyos y apoyado desde sus inicios por el alcalde Jaime Nebot, está reconstruyendo en forma magnífica, una saga literaria guayaquileña que se encontraba entre los libros desaparecidos o dispersos, o mirados desde muy diversos ángulos, menos desde esa condición de origen que, ya sea en la poesía o en la novela y el cuento, deja huella en el lenguaje, en la atmósfera, en el imaginario literarios.