Hace algunos años, en uno de los seminarios que suele dictar Gabriel García Márquez en  la escuela de cine de San Antonio de Baños, en Cuba,  planteó que las telenovelas eran un rico y enorme campo que escritores y cineastas con talento habían dejado abandonado y que por lo tanto era necesario mirar con más atención.

Las palabras del autor de Tu rastro de sangre en la nieve impactaron y provocaron un vivo debate. La telenovela, hasta ese momento vilipendiada y mirada de reojo por intelectuales y artistas,  se transformó en un objeto casi de culto. Estábamos a principios de la década del  noventa. México, Venezuela y Brasil reinaban en una industria muy variada que era capaz de llevar acentos latinoamericanos a Israel, Rusia o China.

En los años subsiguientes, la oferta se enriqueció con producciones de Chile y Colombia. Argentina aportó melodramas de corte juvenil; mientras las industrias de Venezuela y México acusaban el momento de transición política y  crisis económica que sufrieron hacia fines del milenio.

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El caso de la TV colombiana es muy llamativo. En un principio pasó de un modelo mixto (semiestatal) a otro privado, y la competencia enriqueció la producción. 
Uno de los campos más activos fue justamente la producción de telenovelas. Al éxito inicial de series costumbristas como Escalona, Alejo Durán y Gallito Ramírez, siguió el romance cosmopolita de Café. Lo más reciente es la explotación de personajes que beben de lo popular urbano, de la clase media baja, sus estéticas, sus cosmovisiones, su “normalidad” y/o su “estética”: Betty, la fea, Pedro, El Escamoso, ahora Los Reyes.

El éxito es tal que un estudio sobre el impacto de las industrias culturales en la Región Andina realizada por el Convenio Andrés Bello muestra el siguiente escenario: “Aunque una parte considerable de la programación viene de Estados Unidos, el repertorio  doméstico, en el caso de Colombia y Venezuela, tiene gran acogida e incluso su presencia prevalece en los horarios prime time. Los recursos destinados a la producción doméstica son, en la mayoría de los casos, iguales o superiores, con excepción de Ecuador, a la compra de programas extranjeros. Es importante resaltar el flujo de programas que se da entre los cinco países; en la memoria de las mayorías está el recuerdo de la telenovela venezolana, colombiana o los concursos peruanos”.

La descripción es real. La TV ecuatoriana no logra despegar en cuanto a producción, pero, al mismo tiempo, es uno de los más fértiles mercados de consumo del melodrama. Al punto que el éxito en rating y por lo tanto en facturación de los canales depende, en gran parte, de haber programado la telenovela más exitosa del año.

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Ese es uno de los aspectos de la competencia entre los canales. Por ello, Gamavisión y Canal Uno se enfrascaron en una lucha fratricida para ganar el suministro de sangre melodramática fresca proveniente de Televisa, la empresa mexicana que representa la mayor factoría de lágrimas del mundo. Por eso Ecuavisa se preocupaba cada año de asegurarse el convenio con la Rede O Globo de Brasil. En tanto, los ejecutivos de TC y Teleamazonas buscan en lo que resta del mercado la serie que represente el golpe de sintonía. TC ha acudido a Argentina, Venezuela y ahora a Colombia. Teleamazonas se anotó un punto con Machos,’ pero no lo  pudo repetir con Brujas, ambas provenientes de Chile.

El juego se llama desconfianza
El gran punto pendiente es la producción propia. Al revisar el estudio mencionado sobre las industrias culturales, llama la atención un hecho: recién hace siete años, en 1998, la televisión colombiana se liberalizó por completo y entró a competir de lleno en los mercados internacionales de la televisión.  Los resultados son asombrosos. Sus exportaciones ahora son mayores que sus importaciones, el sector televisivo ha crecido al 18% anual y  al año, líquido, le quedan 10 millones de dólares por la venta internacional de sus series.

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La TV ecuatoriana nació y se mantiene con un esquema exclusivamente privado.
Hasta los años 70 fue pionera en tecnología, tiene 40 años de experiencia acumulada, pero la producción no logra despegar. La pregunta obligada es, ¿por qué?

No es que no hayan existido intentos. Desde principios del noventa se intenta con directores estadounidenses, colombianos y… ecuatorianos. Pero, hasta ahora no ha existido algo que se pueda considerar emblemático y que haya consolidado a la producción ecuatoriana interna y externamente.

Otra vez, ¿por qué? El punto es que la TV ecuatoriana se ha ido transformando en un círculo cerrado, en el cual las ideas frescas son cada vez más escasas. En otros países –Colombia mismo– hay una relación cercana y respetuosa entre cineastas y televisión. Los unos escriben y dirigen series que dan prestigio a la industria, los otros proveen financiamiento, promoción y audiencias. En el Ecuador no se da nada de eso, por lo contrario existe una profunda desconfianza entre los creadores y la televisión. Al punto que un éxito como Historias personales,   del dramaturgo, actor y poeta Peky Andino, fue cortado sin razón aparente por Teleamazonas.

Es que ya es hora que los ejecutivos de TV por unos instantes levanten sus ojos del cuadernillo del rating, miren a su alrededor, escuchen –especialmente a los creadores– y comiencen a pensar más en una TV ecuatoriana.

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Y, ¿qué puede ofrecer Ecuador a la TV? Esa es la pregunta del millón. Porque hasta el momento se han copiado los esquemas mexicanos, venezolanos y argentinos; cuando, probablemente las fortalezas estén en otro lado. Por ejemplo, los documentalistas ecuatorianos proliferan y sus producciones son buenas. El realismo mágico urbano con algo de costumbrista es otra vertiente que se puede encontrar en las producciones de los jóvenes cineastas. La creatividad humorística es famosa (sin decaer en el autoplagio y la vulgaridad de ‘Vivos’ o ‘Mi recinto’).
Y los escritores… ese sector que ahora permanece lejos de la TV.

Como planteaba el esmeraldeño Juan Montaño en un artículo publicado en diario Hoy el 31 de enero del 2004: “De una: para hacer una buena telenovela solo hay que fabricarla con los materiales culturales del medio, combinando astucia mercadotécnica, invectiva actoral y drible elegante al pecado de la monotonía.
Eso es todo. Esa es la fórmula que tienen en Brasil, Colombia y de vez en cuando en México. El tiro está en el libreto, es decir, en la historia. Ahí está la clave de estas décadas de ausencia telenovelística ecuatoriana”.

Amén, hermano Juan.

El gran aporte de Latinoamérica a la industria televisiva mundial es la telenovela. En los últimos años, las producciones de Colombia y Chile han tomado fuerza. Un ejemplo es ‘Los Reyes’, producción colombiana que transmite TC y se perfila como el éxito de temporada. Gamavisión se especializa en transmitir melodramas mexicanos recargados de estereotipos. Ecuavisa, tiene como estelar a ‘ mujer en el espejo’, narración clásica al estilo del Patito feo .