El presidente Luiz Inácio Lula da Silva salió del letargo en que lo había sumido la crisis política desatada por denuncias de  corrupción, abriendo con más de un año de anticipación el debate sobre su reelección, en mitines populares en los que fustigó a las élites y la prensa.

En su pueblo natal de Garanhuns, en el pobre y rural nordeste, Lula se mostró el martes desafiante.

“Yo no debo mi elección a nadie. Yo debo mi elección al pueblo de este país que creyó y votó”, y si volviera a ser candidato, “con odio o sin odio, van a tener que tragarme otra vez, porque el pueblo brasileño lo va a querer”, dijo.

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El jueves en Piauí (nordeste), Lula se comparó con el presidente Getulio Vargas, quien tuvo “el coraje de confrontar a las élites brasileñas” creando la estatal petrolera Petrobras en 1954, poco antes de suicidarse, acosado por denuncias que lo implicaban en el intento de asesinato de un periodista opositor”.

A pesar de todo, la imagen y popularidad de Lula permanecen casi intactas, con un 60% de índice de aprobación según las encuestas y es aún el más fuerte candidato para los comicios del 2006.

El jueves dos abogados ingresaron al Congreso brasileño pedidos de destitución de Lula por presunto delito de responsabilidad y será el titular de la cámara, Severino Cavalcanti, quien decidirá si se archivan o se tramitan.

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Sin embargo, el publicista Marcos Valerio, financista de una caja paralela del gobernante Partido de los Trabajadores, destinada presuntamente a la compra de diputados, descartó cualquier responsabilidad del presidente.

El diputado Roberto Jefferson, que reveló el peor escándalo de corrupción en Brasil, aseguró que Lula “no sabía de esa operación” y aseguró que “era su entorno el que hacía eso sin que lo supiese el presidente”.