La historiadora de arte Mónica Espinel de Reich expone su visión sobre el certamen  guayaquileño, cuyas obras se exhiben  en el Museo Municipal (Sucre entre Chile y Pedro Carbo). Estará abierto hasta el  23 de agosto.

El término ‘salón’ como definidor de un espacio para exhibir arte, ha creado desde el siglo XVIII expectativas frente a los aceptados, rechazados e irreverentes hacia reglas establecidas. Históricamente los salones de los rehusados, o los “antisalones”, creados por artistas en desacuerdo con procedimientos seguidos por los directores del salón, han cobrado una fuerza que ha rebasado las iniciativas de dichos eventos.

El Salon des refusés en París logra abrir puertas al exigente y cerrado academicismo francés. O, dentro de nuestros referentes: cuando en 1968 Villacís, Tábara, Muriel y otros artistas crean un espacio alternativo para una bienal en Quito, consiguen oponerse a la visión hegemónica de Guayasamín y los dirigentes de la Casa de la Cultura de ese entonces. En otros momentos, artistas como Hernán Zúñiga realizan obras que por su significado superan limitaciones del medio frente al entendimiento del desarrollo del arte.

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Ecuador en los últimos años ha vivido una serie de cambios y adelantos en el arte que quizás han surgido más rápido de lo que artistas, críticos e investigadores esperábamos. Aunque ha habido disputas y diferencia de visiones, queda claro que la seriedad de   la propuesta intelectual lleva la delantera en el campo cultural.

Es por eso que empiezo por ver de manera positiva al Salón de Julio. Hay diversidad en los trabajos, pero un gran número de ellos contiene proyectos que demandan de su autor seriedad, constancia, estudio. Esto evidencia que gran parte de la nueva generación de artistas está siendo encaminada saludablemente.

En referencia a los artistas ganadores, Illich Castillo y Óscar  Santillán, es válido que demuestren una coherencia con respecto a su trabajo, y es importante reconocer la labor de formación que cumple el ITAE en ese sentido.

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Sin embargo, después de visitar el Salón, percibo un gusto y apertura en nuestro medio por obras que tengan un particular contenido polémico, un tono parecido, en referencia a aspectos políticos, sociales y culturales del m omento. Valoro los medios de trabajo, la mezcla de herramientas irónicas, lúdicas y sorpresivas, y la notable función de los títulos, que cumplen un rol esencial en varios de los trabajos. Pero encuentro que muchos de ellos se nutren del mismo lenguaje y transmiten ideas similares en torno a los sucesos en la cultura que se han venido dando, o a la conexión política-arte. Esto puede verse como una ruta que algunos artistas eligen o exigen. No obstante, hay otro tipo de idiomas que, aunque propongan una crítica, parten de  planes diferentes.

Vale mencionar un evento realizado en Guayaquil hace algunos meses: la primera “bienal de arte no visual”, cuyo curador fue Xavier Blum. Buscando despertar reacciones en no-videntes, los artistas crearon proyectos de altísimo ingenio y labor intelectual, que uno solo podía percibir a través del tacto, olor o sonido. Fue tan intensa la generación  de imágenes y sensaciones producidas, que me impedí regresar a ver las obras una vez terminado el recorrido con los ojos tapados. Aun así hasta hoy puedo seguir interpretando imágenes que nunca vi. Varias apuntaban a fuertes temas político-sociales, factores relacionados a la sexualidad de la mujer y conflictos como Laberinto de Jaime Sánchez, que realmente creó angustia en el visitante.

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Fueron alternativas que causaron impacto de manera distinta, pero que también se apegaron a valores contemporáneos. Sin embargo, el evento no tuvo la debida cobertura por parte de la prensa ni de quienes hacemos investigación artística, quizás por no presentar polémicas del momento.

Creo oportuno que, aprovechando el incremento en la labor cultural, y la atención periodística al arte, nos planteemos entre artistas y organizadores la pregunta de ¿qué otro tipo de espacios se necesitan? ¿Qué más tiene que decir el artista? Es necesario que tanto el conocedor de arte como el espectador neófito pueda comprender diferentes vertientes de propuestas serias, cuyas reflexiones son contemporáneas y marcan un adelanto en nuestros procesos artísticos.