Hace 400 años apareció publicada la obra El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha; hace más de 2.000 años apareció sobre la tierra un hombre de carne y hueso, y sus vivencias y enseñanzas quedaron grabadas en nuestra memoria.

Quijote, según la primera acepción del Diccionario de la Real Academia Española, por similitud con el famoso personaje del escritor español es todo “Hombre (o mujer) que antepone sus ideales a su conveniencia y obra desinteresada y comprometidamente en defensa de causas que considera justas, sin conseguirlo”; esta descripción, más o menos, se podría aplicar también a Jesucristo, que para los cristianos es considerado el mismo Hijo de Dios hecho hombre, quien vino a redimir al género humano del pecado; solo que muchas veces sí se puede decir que Jesucristo consigue el fin propuesto que es salvar las almas.

Si cada uno de nosotros intentáramos imitar a Jesucristo, o a don Quijote, otra sería nuestra sociedad, nuestro entorno, nuestra vida misma; se comenzaría aplicando el altruismo en nuestras propias familias, “puertas adentro”, y cada familia que piense y obre así lograría un efecto multiplicador, pues contagiaría a las demás, y por ende viviríamos en una sociedad y en un mundo mejor, pero ¡parecería que estos son solo pensamientos quijotescos, que estarían muy lejos de convertirse en realidad!

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Depende de cada uno de nosotros, cuándo demos el primer paso y cuánto nos propongamos cambiar primero en bien de nosotros mismos y luego de los demás.

Ab. Elvira Mora Larrea
Guayaquil