El texto que origina mis reflexiones lo van a leer a continuación. La humanidad progresa con celeridad, pero nos vamos deshumanizando también con demasiada prisa. El dinero, el confort, la opulencia, el rango social y tantos otros pretextos luchan certeramente por terminar con nuestros sentimientos; cuando el corazón se achica, no queda un puesto para la solidaridad; cuando el espíritu se desvanece, tanto el dolor ajeno como el sufrimiento dejan de conmovernos y nos convertimos en piedras, en seres insensibles, en monstruos encarnados en apariencias físicas bien olientes y mejor trajeadas.

Ustedes y yo llegaremos a viejos; yo milito ya en la tercera edad. El trato que damos a nuestros mayores, ¿es el que queremos que nos den a nosotros? Espejémonos en estos renglones, amigas y amigos, en esta carta escrita por los dedos de un anciano:

“El día que me veas mayor y ya no sea yo, ten paciencia e intenta entenderme; cuando comiendo me ensucie, cuando no pueda vestirme, ten paciencia, recuerda las horas que pasé enseñándote. Si cuando hablo contigo, repito las mismas cosas, mil y una veces, no me interrumpas y escúchame; cuando eras pequeño, a la hora de dormir, te tuve que explicar mil y una veces el mismo cuento hasta que te entraba el sueño.

“No me avergüences cuando no quiera ducharme, ni me riñas. Recuerdo cuando tenía que perseguirte y las mil excusas que inventaba para que quisieras bañarte. Cuando veas mi ignorancia sobre las nuevas tecnologías, te pido que me des el tiempo necesario y no me mires con tu sonrisa burlona. Te enseñé a hacer tantas cosas… Comer bien, vestirte… y cómo afrontar la vida. Muchas cosas son producto del esfuerzo y la perseverancia de los dos.

“Cuando en algún momento pierda la memoria o el hilo de nuestra conversación, dame el tiempo necesario para recordar. Y si no puedo hacerlo, no te pongas nervioso, seguramente lo más importante no era mi conversación y lo único que quería era estar contigo y que me escucharas.

“Si alguna vez no quiero comer, no me obligues. Conozco bien cuándo lo necesito y cuándo no. Cuando mis piernas cansadas no me dejen caminar, dame tu mano amiga de la misma manera en que yo lo hice cuando tú diste tus primeros pasos. Cuando algún día te diga que ya no quiero vivir, que quiero morir, no te enfades. Algún día entenderás que esto no tiene nada que ver contigo, ni con tu amor, ni con el mío. Intenta entender que a mi edad ya no se vive, sino que se sobrevive.

“Algún día descubrirás que, pese a mis errores, siempre quise lo mejor para ti y que intenté preparar el camino que tú debías hacer. No debes sentirte triste, enfadado o impotente por verme de esta manera. Debes estar a mi lado, intenta comprenderme y ayúdame como yo lo hice cuando tú empezaste a vivir. Ahora te toca a ti acompañarme en mi duro caminar. Ayúdame a acabar mi camino, con amor y paciencia. Yo te pagaré con una sonrisa y con el inmenso amor que siempre te he tenido”.