Los que solo entienden de egoísmos, para el milagro de la multiplicación del pan y de los peces, encuentran la siguiente explicación: los cinco mil varones que siguieron a Jesús, sus esposas y sus hijos, tenían provisiones escondidas. Pero ninguno de ellos ni de ellas, pensando que debía compartir con su vecino, se decidió a manifestar lo que tenía.

De modo que cuando Jesús les dio a los suyos, para que los distribuyeran, los cinco panes y los dos pescados, entonces decidieron recurrir a su despensa. Por eso dicen los que solo entienden de egoísmos que sobraron tantos panes.

Lo que nos cuenta hoy el evangelio de la misa sobre esta milagrosa multiplicación no nos permite tan absurda explicación (Cf. Mateo 14,13-21).

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No es posible que los cinco mil varones –con sus niños y mujeres, nos subraya el evangelio– fueran todos egoístas.

No es posible que sus hijos, muchos de ellos molestosos, se quedaran sin probar bocado hasta el atardecer si sabían que sus padres les podían dar comida.

No es posible que buscaran a Jesús los cinco mil, hasta encontrarle en un lugar tranquilo y despoblado, solo en busca de provecho personal.

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No es posible que escucharan los discursos del Señor con atención postiza.

No es posible que Jesús, a los millares de egoístas mentirosos, ni siquiera les dijera una palabra para que cambiaran.

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No es posible que los egoístas, con la panza llena, recogieran los sobrantes y llenaran la docena de canastas.

No caigamos en la trampa: el milagro fue asombroso. Y por eso nos lo cuentan, cada uno con su estilo y sus detalles, los cuatro evangelistas.

Nos lo cuentan también porque nos manda, sin lugar a duda alguna, un clarísimo mensaje sobre la Sagrada Eucaristía: la gente tiene que comer para vivir y caminar, y nuestro Salvador, igual que en cada misa, primero ofrece la Palabra y luego el Alimento.

Los discípulos le ayudan a distribuir el Pan de la Palabra y el de la Eucaristía, de modo que con la cooperación de pocos –aun no necesitándola, porque es omnipotente– Jesús enciende el corazón de muchedumbres: las hambres de verdad y de ideal se satisfacen plenamente.

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En fin, la superabundancia de alimento –doce cestos hasta arriba– nos indica lo que nos perdemos cuando nos acostumbramos a la Eucaristía.

Pero además de este eucarístico mensaje, el milagro de la multiplicación del pan y del pescado, a mí me da un puñete cariñoso: me dice que a pesar de mi espantosa pequeñez –cinco panes y dos peces– el Señor puede sembrar felicidad a más de cinco mil si se los doy.

Me dice lo que haría Dios si fuera yo más generoso.