Lo que considero más impresionante de Armstrong (el ciclista norteamericano que inició la venta de pulseras amarillas para ayudar a la lucha contra el cáncer), aparte de su sola fuerza de voluntad para triunfar sobre una enfermedad, es el estratégico enfoque que pone sobre su trabajo.

No hay duda de que la séptima victoria consecutiva del ciclista Lance Armstrong en el Tour de Francia (que ha impulsado a columnistas de deportes a rebautizar la carrera con el nombre del Tour de Lance) lo convierte en uno de los más grandes atletas de Estados Unidos de todos los tiempos. Lo que considero más impresionante con respecto a Armstrong, aparte de su sola fuerza de voluntad para triunfar sobre el cáncer, es el estratégico enfoque que pone sobre su trabajo, desde su régimen de entrenamiento antes de  la carrera hasta la meticulosidad con que él y su equipo planean cada tramo de la carrera. Es una imagen digna de grabarse. He estado pensando en ellos en fechas recientes debido a que sus facultades para fusionar la fuerza con la estrategia –su planeación cuidadosamente anticipada y el sacrificio hoy en aras de un gran logro mañana– al parecer son virtudes que están desapareciendo de la vida estadounidense.

Lamentablemente, esas son virtudes que hoy en día se asocian con China, atletas chinos y dirigentes chinos. Si se conversa con ejecutivos de negocios, a menudo comentan que muchos de los líderes de China son ingenieros, personas que pueden hablarte de números, solución de problemas en el largo plazo y el interés nacional, no una bola de abogados que busca una declaración para aparecer en el noticiario nocturno. El déficit más serio de Estados Unidos hoy día es un déficit de ese tipo de líderes en la política y los negocios.

John Mack, el nuevo director ejecutivo de Morgan Stanley, exigió inicialmente en el contrato que firmó el 30 de junio, que su sueldo total para los dos años siguientes no fuera menor al paquete de pagos promedio que habían recibido los directores ejecutivos de Goldman Sachs, Merrill Lynch, Lehman Brothers y Bear Stearns. Si ese promedio resultaba mayor a los 25 millones de dólares, Mack iba a recibir un pago de cuando menos esa suma. Con el tiempo, dio marcha atrás con respecto a esa exigencia tras una oleada de protestas, pero eso llamó considerablemente mi atención como símbolo de lo que está mal en Estados Unidos hoy día.

Actualmente estamos jugando a la defensiva. Uno de los principales directores ejecutivos desea un sueldo que no se fundamente en su desempeño sino en el promedio de sus cuatro principales rivales. Eso es como si Lance Armstrong dijera que competirá solo si le garantizan que llegará en primero o segundo lugar.

En fecha reciente pasé un tiempo en Irlanda, que discretamente se ha convertido en el segundo país más rico de la Unión Europea, pasando primero por un severo ajuste del cinturón en el cual todos tuvieron que sacrificarse, después con un plan para mejorar el nivel de toda su fuerza laboral, aunado a una estrategia enfocada a reclutar e inducir a tantas empresas e investigadores como fuera posible, que estuvieran especializados en alta tecnología en escala mundial, para que se ubicaran en Irlanda. Los irlandeses tienen un plan. Están enfocados. Han movilizado el comercio, el trabajo y el gobierno en torno a una agenda en común.
Ellos están jugando a la ofensiva.

Si usted fuera el presidente, después de haber leído un artículo más sobre cómo las principales empresas de Estados Unidos construyen sus fábricas en China, la India o Irlanda, probablemente convocaría a los principales líderes empresariales del país en Washington para formularles una sola pregunta: “¿Qué tenemos que hacer para que ustedes conserven sus mejores empleos aquí? Háganme una lista y yo no descansaré hasta que logre que sea puesta en marcha”.

Y si usted fuera el presidente de Estados Unidos y acabara de ver más ataques suicidas en Londres, seguramente les diría a sus subalternos: “Tenemos que reducir nuestra dependencia del petróleo de Oriente Medio; tenemos que hacerlo por nuestra seguridad nacional; tenemos que hacerlo porque solamente si logramos bajar el precio del crudo, estos países estarán obligados a reformar su régimen político.

En su lugar, estamos por aprobar una ley del sector de energía que, si bien contiene algunas cláusulas acertadas, no hará ninguna mella en nuestro consumo de gasolina porque nadie quiere exigirle a Detroit que fabrique automóviles con mejor rendimiento de combustible. Solo estamos entregándole a Detroit la soga para que se ahorque. Es un suicidio asistido. Yo pensaba que la gente iba a la cárcel por eso.

Y si usted fuera el presidente de Estados Unidos, seguramente no le diría a la nación, en vista del caos en Iraq: “Si nuestros comandantes en el terreno dicen que necesitamos más tropas, yo las enviaré”. No es lo que los generales le están pidiendo, Sr. Presidente; es lo que usted les está preguntando: “¿Qué necesitan para ganar?”. Porque es claro que no estamos ganando, y no estamos ganando porque nunca hemos hecho de Iraq un lugar seguro para que funcione un sistema político normal.

Ah, bien, quizás tengamos los dirigentes que merecemos. Tal vez nosotros solo deseamos admirar a Lance Armstrong, pero no ser Lance Armstrong. Eso es demasiado trabajo. Quizás esa es la pulsera que nosotros deberíamos usar: Vive mal. Ve de fiesta. Paga después.

The New York Times News Service.