Estos días de terribles ataques terroristas en Londres y Egipto he recordado el 11 septiembre del 2001. Iniciaba mis estudios y mi vida en Nueva York mientras dos aviones horrorizaban la que sería mi ciudad durante tres años. Pero esa noche, a pesar de la tensión general, regresé de la Universidad caminando seguro por las calles de Manhattan. No había nada que temer. Estaba en una ciudad segura. El enemigo no era neoyorquino. El enemigo venía de afuera.

Acá, en cambio, el enemigo está adentro. No es extranjero. Los guardias armados en cada esquina de la ciudad nos recuerdan que no estamos en Nueva York ni Londres, donde el terror llegó en aviones y bombas terroristas. Nuestro miedo está aquí entre nosotros, en el joven desempleado que apenas estudió hasta cuarto grado y decide robar, y llega a matar. Está en la ignorancia que un sistema educativo decadente siembre en nuestros niños y que fácilmente se transforma en violencia.

Nuestro alcalde nos enorgullece con la gran obra que realiza por Guayaquil. Varias páginas que los diarios dedicaron a la ciudad muestran el buen momento que vivimos. Es difícil no emocionarse y llenarse de orgullo ante tantas mejoras. Pero, cada robo y cada asesinato nos recuerdan que no estamos a salvo. Queremos a nuestra ciudad, sus calles, sus parques, pero a la primera oportunidad huimos de esas calles para aislar a nuestra familia tras murallas, garitas y guardias armados.

Todos sabemos, al igual que el alcalde, que un millón de guardias y policías no son la solución. Todos sabemos que solo con una ciudad educada acabaremos la violencia. El Municipio ha iniciado importantes programas educativos. De igual manera, varias fundaciones trabajan a diario por la educación de los más pobres. Pero, todo esto es solo relleno. Existe una sola gran solución en manos del Municipio: asumir de una vez por todas la competencia de la educación.

Que hacerse cargo de la educación es muy difícil. Es verdad. Pero Guayaquil ha logrado cosas que parecían imposibles. Que la educación es asunto del Estado. Es verdad. Pero otros asuntos tradicionalmente del Estado han pasado a manos del Municipio. Que el alcalde no puede echarse encima un problema tan grande sin los fondos correspondientes. Es verdad. Ahí está el gran reto.

Es el momento para caminar hacia una autonomía en la educación. Guayaquil apoyará al alcalde hasta el final. Pondremos el pecho para detener las piedras de ignorancia y retraso que lancen la UNE y los centralistas de siempre. Apoyaremos las iniciativas para conseguir los fondos necesarios. Preferimos un niño en su pupitre que cinco guardias con las mejores armas.

Guayaquil seguramente no está en la lista de Ben Laden. Pero un terrorista no puede hacernos más daño del que nosotros mismos nos hacemos. Nuestra ignorancia es peor y genera más violencia que cien Ben Laden. Mientras sigamos escondiéndonos tras guardias y garitas no estaremos tranquilos. Solo educando a los niños y jóvenes de nuestra ciudad lograremos su transformación completa y su verdadera paz.

Nuestro alcalde ya tiene asegurado su nombre en los libros de historia. Pero puede llevarnos mucho más lejos si da este gran paso. Que el Municipio y los guayaquileños asumamos el reto. Que empiece la era de la educación desde Guayaquil para Guayaquil.