Aunque en nuestro medio parezca extraño, el desarrollo cultural de un país es el resultado de la inversión oficial y, aunque en menor escala, también del esfuerzo privado. Es considerada como tal, por cuanto produce réditos, no solo perceptibles a la vista sino en manifestaciones éticas, morales y cívicas de sus ciudadanos. Los niveles alcanzados por muchos países, que gracias a la globalización vemos diariamente en nuestras casas, se manifiestan aun en condiciones extremas. Muchos recordamos el impresionante salvamento de miles de obras de arte durante los bombardeos sufridos por Londres en la II Guerra Mundial y las construcciones que hicieron para protegerlas.

En el caso ecuatoriano, el más significativo beneficio de apostar a la educación y la cultura será la extinción de los payasos, títeres y titiriteros de nuestra política. Pues mientras más altos son estos niveles en una sociedad, más difícil resulta el surgimiento de aventureros populistas como los que hasta hoy defraudaron y dañaron al país. El permanente desastre que representan la educación fiscal y la particular mediocre, quedaron atrás, comparadas con el impulso que desde 1970 el Banco Central del Ecuador dio a la difusión cultural. Es posible que algunas políticas aplicadas no fueran las requeridas, especialmente aquellas que demandaban una visión nacional, pero no por eso dejan de tener gran importancia.

Las obras publicadas por el BCE, como la Colección de Pendoneros, 1985; Biblioteca Básica del Pensamiento ecuatoriano, 1980-1996; Biblioteca de la Revista Cultura, 1990-1997; Biblioteca Historia Económica, 1988-1995; Colección Histórica, 1980-1997; Biblioteca Ecuatoriana Clásica, 1989, más cientos de publicaciones de diversos autores sobre importantes temas. Y las producidas por la editorial AHG: como las colecciones Guayaquil y el Río y Lecturas Ecuatorianas, Actas del Cabildo Colonial de Guayaquil y decenas de diversos autores sobre temas guayaquileños, son una muestra clara de esta aseveración.

Por otra parte, el museo de Manta, el de Portoviejo, el de Rialto en la península de Santa Elena, son una muestra del esfuerzo del BCE por elevar el nivel del sector más postergado y con mayor número de pobres del país, la Costa. Pero donde realmente se concentra la inversión es en Guayaquil. Nunca antes, el Estado ha sido tan justo en la inversión en diversos campos culturales. Que no fue fácil alcanzarlo, es verdad, pero los resultados están ahí, a la vista, evidenciando que cumple su función social bajo objetivos culturales locales.

El Programa del Muchacho Trabajador, destacada obra social con los niños trabajadores. El Parque Histórico de Guayaquil, reivindica y valoriza la cultura montubia, estimulando el turismo local. El Centro Cívico, en la vecindad de los barrios populares, destinado a una gran presencia. El Museo Antropológico de Arte Contemporáneo, llamado a marcar derroteros en el arte. Y el Archivo Histórico del Guayas, que además de buenas publicaciones, gracias al decidido apoyo del BCE, ha entregado a cientos de maestros y miles de estudiantes, muchas herramientas para pensar la ciudad y sus complejidades desde nuevos puntos de vista, planteados en conversatorios del 2004 y de este mes que termina. Estos son los importantes espacios culturales de los que antes se privó a Guayaquil, que hoy, tú, yo y toda la sociedad civil, debemos defender para que no desaparezcan.