Llegamos al feriado de este mes como a puerto necesario. Demasiado mareo en el barullo cotidiano, abundancia de presiones de todo tipo. Basta deslizarse por una calle de la ciudad para sentir que una desusada efervescencia nos asalta y no necesariamente, nos contagia. El llamado a celebrar fechas del calendario patrio muchas veces moviliza los resortes más irracionales: evasión, culto a un ocio no ganado con esfuerzo, gastos excesivos para el presupuesto.

Digna de análisis es la oferta cultural del mes de julio, que parece concentrar iniciativas especiales. Algunas instituciones piensan que en torno de las fiestas patronales e independencia, los actos y presentaciones son más lucidos o consiguen mayor acogida. ¡Quién pudiera estar seguro de cómo reacciona el veleidoso público de Guayaquil! Lo cierto es que poco a poco, las convocatorias culturales consiguen más asistentes. No siempre es voluntaria, es verdad, los maestros que imponen a sus alumnos, como obligación, acudir a algún acto para luego dar cuenta de la receptividad en una tarea, abarrotan las salas de adolescentes distraídos, que juegan con sus teléfonos celulares. Ya perdí la cuenta de las ocasiones en que he visto a los universitarios levantarse abruptamente de sus asientos a la hora exacta en que se habría terminado la sesión de clase, aunque el acto al que forzadamente asisten continuara algunos minutos más. Pero, pensamos los adultos, tal vez ese ocasional ejercicio de escuchar a los expositores educará al futuro concentrado receptor.

Esta semana la iniciativa conjunta de Arteamérica y el Municipio de Guayaquil entrega la Feria Cervantina, intento de simultanear el aprecio por un legado literario con otras expresiones de la realidad de nuestros días –espectáculo, comercio, espacio abierto–. El Archivo Histórico quiere hacernos pensar sobre aspectos que tienen que ver con la tan solicitada práctica de la ciudadanía, –lástima que no todos los participantes anunciados se ajusten al compromiso aceptado y a la dinámica de plantear con precisión e ideas nuevas, una propuesta–. Los libros se siguen multiplicando: desde ficciones narrativas hasta estudios enjundiosos han salido a circular. Una nueva entrega de parte del Municipio a la colección que se iniciara con José de la Cuadra y continuara con Medardo A. Silva, ahora trae la obra de Demetrio Aguilera Malta a nuestras manos. La tanda de conferencias por las fiestas julianas a que nos tiene acostumbrado el Museo Municipal se ha producido una vez más, con importantes temas y conferenciantes. Estos son, solamente, algunos de los actos que puedo nombrar, imposible recogerlos todos.

Eso sí, marcan una notable diferencia con la “otra” oferta. Esa que invita al espectáculo musical masivo, al derroche de farra nocturna, al choque de copas y práctica del jolgorio. Y no es que crea que la cultura tiene estamentos rígidos que se puedan catalogar entre “alta” y “baja”, todas las expresiones de la creatividad, la imaginación, la habilidad física e instrumental, se insertan dentro del gran mosaico de las construcciones humanas. Cada uno quiere decir a su manera, quiere sacudir la modorra diaria a que nos someten el trabajo, la reglas, las cargas obligadas. Y que podamos mover las potencialidades contenidas hacia rumbos lúdicos, libres, rebeldes, aunque el despertar nos sorprenda más amargos y más atados.

Lo deseable sería que cada guayaquileño hiciera sus elecciones de consumo cultural en equilibradas dosis para darle alimento variado al espíritu. Ya hay bastante en el horizonte de nuestra ciudad.