A las 05h29 del 16 de julio de 1945, en una zona deshabitada del desierto de Nuevo México, Estados Unidos, detonó la primera bomba atómica en la historia de la humanidad, “y fue como si el mundo entero se encendiese”, recuerda Daniel Yearout, entonces un soldado norteamericano y uno de los pocos testigos que aún viven.

“Vi una gran luz que me impactó y cuando recobré mis sentidos me encontré acostado en el suelo, de espaldas a donde provenía la explosión. Puse mis manos sobre los ojos para ver y podía ver los huesos de mis dedos, era como una radiografía”, señala Yearout.

“Además pude escuchar un gran rugido y sentí que la tierra temblaba. Luego vi una gran bola de fuego levantándose en el cielo, que se hacía cada vez más grande. Todos simplemente nos quedamos ahí, viendo”, apuntó.

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La prueba representó la primera bomba atómica que se construía exitosamente, como resultado de un trabajo efectuado por un equipo de científicos liderado por J. Robert Oppenheimer.

Cuando se le preguntó al científico tras la prueba, Oppenheimer optó por citar su poema hindú favorito, El Bhagavad-Gita: “Me convertí en la muerte, el destructor de los mundos”.  Pero luego señaló: “Sabíamos que el mundo no volvería a ser igual”.

La bomba generó cuatro veces el calor del interior del sol y su luz se pudo ver a más de 350 kilómetros de distancia.
Sin embargo, la única información oficial que se dio a conocer a los medios locales fue que un depósito de municiones había explotado por accidente.

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Menos de un mes después, el resultado de Oppenheimer y su equipo cayó dos veces sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, dejando un legado negativo que aún se recuerda hoy.