La intérprete, la nueva película del veterano Sydney Pollack, conserva ese tono moderadamente liberal y formalmente conservador que, en líneas generales, ha caracterizado la trayectoria profesional, sólida aunque poco personal, de este realizador, inscribiéndose sin grandes dificultades en cierta corriente de thrillers de denuncia (Los tres días del cóndor, Ausencia de malicia y La tapadera) que componen su filmografía. Perteneciente a aquella generación norteamericana surgida de la televisión y que empezó a dirigir a mediados de los 60, este director se interesó varias veces por el cine de intriga política. Y ahora regresa a territorio conocido con este filme deliberadamente demodé.

La intriga criminal que sustenta esta película funciona bien en términos de estricta eficacia: Silvia Broome (Nicole Kidman) es una traductora de las Naciones Unidas que ha escuchado lo que no debía en un maremoto de intereses en torno al intento de asesinato de un mandatario africano en la Asamblea General del organismo durante una sesión plenaria; es decir, delante de las narices de los representantes de todo el planeta. Un punto de partida que tiene mucho de hitchcockiano y que, como tal, también tiene su McGuffin, ya que a medida que avanza el argumento descubrimos que lo relevante no reside en quién y cómo va a atentar contra la vida de dicho mandatario, sino en el pasado oscuro e indescifrable de Silvia, la auténtica caja de sorpresas del relato.

La intérprete no es nada del otro mundo, pero en el contexto del actual cine comercial procedente de los EE.UU. debemos agradecer su existencia, en cuanto se trata de una producción que reúne un cierto nivel de calidad con algunas virtudes que aunque no la hagan buena película, al menos no convierte su visión en un tormento para el cerebro. La cinta afronta las convenciones del thriller con sobriedad y esforzándose en mostrarse sugerente desde una perspectiva humana (la magnífica labor de los intérpretes contribuye a ello), a pesar de que al final el resultado acaba sosteniéndose excesivamente sobre estereotipos.

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Lo mejor del filme reside, en este sentido, en la eterna inclinación de Pollack, de convertir cada historia que cuenta en la crónica de un amor más o menos imposible (recordemos a Tal como éramos o Memorias de África). La intérprete, de hecho, tampoco es una excepción a esta regla: buena parte de su metraje se sustenta sobre el feeling de sus dos principales personajes, Silvia y Tobin Keller (Sean Penn), el agente especial encargado de investigar a la coprotagonista y que acaban revelándose las dos caras de una misma moneda. Silvia perdió a alguien muy querido y está secretamente empeñada en ajustar cuentas con su pasado por medio de la violencia, mientras que Tobin, el aparentemente duro y amargado oficial del orden, que atraviesa un mal momento personal, es la persona que trata de rehuir esa violencia que forma parte a diario de su rutina profesional. Se produce entonces una fusión entre atracción amorosa y fetichista por parte de ambos personajes.

A pesar de ello, el balance final de La intérprete resulta un poco escaso. Secuencias de acción efectivas, en las cuales Pollack hace gala de su oficio, brillan intermitentemente en un conjunto dominado por la discreción y el deseo de no incomodar a nadie. Pese a tratarse de una intriga desarrollada en gran medida en el mismísimo edificio de la ONU (que por primera vez alberga una película), y con un genocidio como telón de fondo, La intérprete se inclina sin problemas hacia una resolución acomodada y falsamente idealista, palpable demostración de hasta qué punto el realizador se limita a facturar con solvencia y de forma profesional, apoyándose en un guión hábil y en un buen elenco de intérpretes, un relato entretenido pero resuelto sin el menor sentido del riesgo.